domingo, 31 de mayo de 2015

El presunto torturador y los grupos de poder entre 2002 y 2014

Lo último que sus compañeros registran de Julio es cómo al huir cae de alguna manera herido y una patrulla lo recoge. Según la PGR, al mando del vehículo va el policía segundo Luis Francisco Martínez Díaz, un agente de cuarenta años a quien luego se acusará de torturar hasta la muerte al estudiante y ser el tercero en la cadena que dirige Guerreros Unidos, el grupo mafioso responsable, siempre conforme a la versión oficial, de las desapariciones.
El hombre tiene un largo historial poco precisado para nosotros, que incluye su estancia en un cuerpo policiaco municipal de Tamaulipas, sistemáticamente vinculado a los dos grandes carteles originarios de esa zona.
Al parecer tendría nexos muy estrechos con el director de seguridad pública municipal, también responsabilizado de los hechos, si bien tiempo después que él, y al director de la policía homóloga de Cocula, el municipio connurbado de Iguala, a quien pronto se señala como un actor central.
Todo forma parte de la “verdad histórica” que sostiene la PRG y redondearía el “caso Iguala”, pues así la culpa recae por entero sobre en los funcionarios y grupos criminales de la localidad. ¿Por qué entonces el juicio de Julio César queda aparte y pertenece al fuero común y no al federal? La razón en el elemento unificador, la impunidad, que deja cabos sueltos de dimensiones monumentales: los 28 cuerpos localizados en las primeras cinco fosas comunes, que la autoridad afirma no pertenecen a los normalsistas; los restos en el río Papayo, de los cuarenta y tres desaparecidos que se quemaron en el basurero El Papayo, conforme a la Procuraduría, desmentida sin lugar a dudas por los expertos de la CIDH; los otros diez hallados después durante las investigaciones que dirigen los padres de Ayotzinapa y hacen exclamar a un hombre en búsqueda de su mujer y sus hijas: “todo el cerro seguro es un panteón”, en más de un municipio en torno a Iguala.
“Sus identidades empiezan a surgir –escribe Marcela Turati-, así como las historias de dolor que han dejado detrás.
“Un cura africano asignado a México, un taxista que fue migrante, una familia (un hombre con su hijo, una sobrina y un sobrino) que viajaba a Iguala a un velorio (…) La mayoría fueron detenidos por la policía municipal de Iguala y desde entonces no se sabía de su paradero.”
-No sabemos cómo se va distribuyendo, respetando o tensando el poder de una cúpula policiaca, de una cúpula militar, de una cúpula de narcotráfico, de una cúpula de derrame de los fondos públicos (...) Ese mapa es clandestino. Sólo quienes están dentro de esas cúpulas saben cómo respetar, cómo apartarse, cómo enfrentarse a las cúpulas contiguas.”
Así dice Carlos Montemayor sobre Guerrero en 2002, y Abel Barrera, un defensor de derechos humanos que habla por La Montaña y la Costa Grande:
-El problema del narcotráfico es un problema que atraviesa a las comunidades (…) Las tiene atrapadas desde hace más de treinta años. La gente, después de no encontrar la respuesta de las autoridades para sus proyectos productivos, se han visto en la necesidad de migrar...
“En las barrancas, en las cañadas, donde hay algo de agua, ahí es donde se siembra la amapola. Es un lugar estratégico.”
¿Para 2014 de qué manera evolucionó esa trama?
De acuerdo a Luis Hernández Navarro, la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias  y las Policías Comunitarias de Guerrero, nacidas en 1998 son producto de un proceso que en la década de los años 1970 iniciaron las comunidades de La Montaña y la Costa Chica, sobre todo, “para construirse una nueva forma de ser indio y una valoración distinta a la tradicional dentro de la sociedad urbana”.
“Al arrancar la década de los noventa del siglo pasado –continúa el periodista e historiador-, la LuzMont [organización formada por cafeticultores indígenas]se topó con la barbarie de los caciques regionales y sus pistoleros, con la inseguridad en la región y la complicidad policíaca con los maleantes. Sus socios y la Luz de la Montaña misma fueron víctimas de asaltos, robo de ganado, asesinatos y de la violación de sus mujeres. Como el gobierno no se hacía cargo del problema, inevitablemente ellos tuvieron que enfrentar el reto de solucionarlo.
El levantamiento del EZLN contribuyó a un impulso que en 2009 reforzaría el Manifiesto de Ostula, en la región purépecha michoacana, del Congreso Nacional Indígena, convocando a la formación de organizaciones de autodefensa le daría una nueva proyección.
Por ello en las palabras de Carlos Montemayor y Abel García hay ya una honda preocupación por el desarrollo del crimen organizado en las regiones indígenas guerrerenses y sus vínculos con toda clase de poderes formales y económicos. Aun así a trece años de distancia nos sorprende el nivel que alcanzó esa trama cuya plena revelación se produce el 26-27 de septiembre, si bien la justicia nos niega el franco acceso a ella.
Narcoviolencia, suele decirse y así damos por supuesto que se debe a las drogas solamente. Según Edgardo Buscaglia el crimen organizado en México trabaja “en 23 áreas: tráfico humano, contrabando, copias piratas, criminalidad en internet, secuestros, extorsiones. Con estos delitos hace entre 52 y 55 por ciento de sus ganancias”.
El siglo XXI en el país asiste a un dramático desarrollo de estas empresas informales, como debe considerárselas de acuerdo al propio especialista y a muchos otros. También en términos de violencia. Hasta marzo de 2002 la brutalidad que se relaciona con las mafias tenía su cumbre en quien llamábamos el Mochaorejas por las crueles pruebas de vida entregadas a las familias de sus secuestrados. Entonces se produjeron las primeras decapitaciones. Meses antes, en mayo de 2001 "un comando de hombres armados con AK-47" de madrugada asalta "con tácticas militares a las instalaciones del Palenque de la Exposición Ganadera" el municipio de Nueva Guadalupe, Nuevo León. Nada hasta ese momento en el país se compara a la acción. Los protagonistas son los Talibanes, brazo ejecutor del cartel de Juárez que, conforme a los dichos, va tras jefes de los Zetas, su similar de reciente creación en el cartel del Golfo. De ambos el gobierno niega lo después bien sabido: los formaron ex militares que pertenecían a cuerpos de elite nacidos tras la firma del TLCAN y el levantamiento del EZLN. Proceden en particular del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE), partícipe en la masacre de El Charco, y en cuanto a los Z el paso se dio a través de la agencia en Tamaulipas de la Policía Federal Preventiva, organismo cuyo nacimiento en 1999 trasgredió las bases constitucionales, conforme a expertos en derecho.
Los Guerreros Unidos fueron los culpables en la desaparición de los normalistas, que pasaron a sus manos por obra de las policías municipales de Iguala y Coyuca, es la afirmación oficial tras los hechos de septiembre de 2014. Forman parte de un fenómeno que nuevamente seguimos a través de Hermanos en armas.
En Guerrero hace tiempo la mariguana dejo a la amapola el lugar privilegiado en el cultivo de estupefacientes. Habla Luis Hernández:
En 2011, cinco bandas peleaban el control de la entidad: el cártel del Pacífico; la alianza entre los Beltrán Leyva y Los Zetas (Pacífico Sur), y Los Caballeros Templarios y el cártel del Golfo (que forman Cárteles Unidos).
“Un informe de las Fuerzas Armadas divulgado por Excelsior en septiembre de 2011, dio cuenta como la fragmentación de los cinco grandes cárteles, provocada por la detención o muerte de algunos de sus principales capos, propició el surgimiento de 17 minicarteles que sembraron el terror en la entidad.
“Esos grupos violentos se bautizaron a sí mismos como El Comando del Diablo, El Vengador del Pueblo, La Barredora,
el Cártel Independiente de Acapulco…
“En la entidad, el mapa de la escasez y las necesidades materiales coincide con el de los territorios indios (...) Los nahuas, mixtecos, tlapanecos y amuzgos viven en muy difíciles condiciones. El 60 por ciento de la población indígena es analfabeta. Su índice de escolaridad es de apenas 2.7 años. Poco menos de la mitad de mayores de 15 años carece de ingresos.
“Más del 90 por ciento no tiene drenaje, y sólo el 50 por ciento cuenta con electricidad (...)
“La diáspora criminal precipitó que las regiones indígenas del estado se convirtieran en zona de refugio natural del crimen organizado. De esta manera, además de padecer la violencia contrainsurgente, la de la delincuencia tradicional y la de la pobreza, los indígenas guerrerenses comenzaron a sufrir la del crimen organizado."
Dos meses después del 26-27 en Iguala, al suroeste, en Chilapa, histórico corazón comercial de La Montaña, a treinta y nueve kilómetros de la Normal Rural de Ayotzinapa, los dos grupos criminales que se disputan la zona tienen un enfrentamiento callejero. Los pobladores hablan de sesenta caídos y las cifras oficiales dan cuenta sólo de los once cuerpos sin cabeza que quedan allí. Al poco muere ajusticiada la candidata municipal perredista y luego el priista y las desapariciones se precipitan a la vista del ejército, hasta alcanzar lo menos a treinta personas. 

Está bien establecido el origen de los Guerreros Unidos que se afirma intervinieron en los asesinatos y desapariciones de los normalistas. A la vez hay pruebas irrebatibles sobre los nexos de la esposa del alcalde "igualatense" con el grupo, quizás como directora tras morir sus hermanos, cofundadores de él.
Está bien establecido el origen de los Guerreros Unidos que se afirma intervinieron en los asesinatos y desapariciones del 26-27 de septiembre. A la vez hay pruebas irrebatibles sobre los nexos familiares de la esposa del alcalde "igualatense" con el grupo, quizás como directora tras morir sus hermanos, cofundadores de él.
El 5 de octubre el "procurador de Guerrero informó que, a partir de la declaración de dos presuntos integrantes de Guerreros Unidos (GU) detenidos, policías de Iguala habrían entregado a 17 normalistas al grupo delictivo".
Para ese momento se busca al munícipe, su señora y el secretario de Seguridad Pública local, presumiéndolos responsables intelectuales de los hechos, y el 16 fuerzas federales apresan al hombre considerado como "máximo líder del narcotráfico ligado a la desaparición", Sidronio Cazarrubias, "con uno de sus operadores más cercanos.
El 7 de noviembre Murillo Karam confirma formalmente la hipótesis, apoyado a su decir por las confesiones de tres presuntos GUs, que de paso "dieron detalles sobre el asesinato de estas personas, quienes fueron incineradas y los restos almacenados en bolsas". 
De Julio César Mondragón, ni palabra. ¿Por qué no vincular su caso a los demás, si el supuesto asesino pertenece , presuntamente también, al liderazgo de Guerreros Unidos? El agente municipal, que apresaron el 26 ó 27 de febrero, en mayo queda libre no sabemos por qué cargos imputados. 
Para el director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, como para muchos otros y otras, el caso de Julio César “es clave para el esclarecimiento (...) de todo el expediente, porque podría ayudar a explicar los móviles de los hechos”. 
¿Qué significa su liberación? Uno de los diez puntos en que los padres de los muertos y desaparecidos manifiestan su desaprobación a la "verdad" histórica oficial, dice: "la PGR ni hoy ni en ninguna otra conferencia ha aclarado como explica en su teoría del caso el cruento homicidio de Julio César Mondragón..."
¿Es porque la tortura y asesinato del joven mexiquense dirigen la atención de la más clara manera hacia actores no municipales?
Ciertas declaraciones afirman que Jose Martínez Díaz se hizo acompañar por Guerrero Unidos en la persecución inicial a los normalistas, y así entre los casquillos que la policía municipal se apuró a recoger tras el primer choque, tal vez había algunos de armas no permitidas a los agentes. Según esos u otros testimonios, desde las patrullas se disparaba también contra civiles al paso.
Hemos escuchado a Luis Hernández recoger la barbarie que desde los años noventa atraviesa las regiones indígenas, sin respetar ni a los sacerdotes católicos, que no “pudieron escapar de robos, agresiones y complicidad policíaca con los asaltantes. Mario Campos Hernández, entonces párroco de Santa Cruz del Rincón, en el municipio de Malinaltepec (…) delincuentes lo atacaron a él y a sus acompañantes en un camino (...) La denuncia fue presentada ante el Comisariado Municipal, que lo transfirió al Ministerio Público. Según cuenta Ángeles Gama, después de un tiempo, este MP resolvió que se trataba de ´una banda que atacaba en los caminos´, pero se supo que fue el mismo Comisariado de Santa Cruz del Rincón el que pagó a los ´asaltantes”.
Esta violencia la producían tanto las bandas criminales como la autoridad, en combinación o por separado, y el objetivo no era sólo el robo, el secuestro o la coacción de los giros que se asocian con el crimen organizado, conforme señalan los asaltos al mismo padre Campos.  
En la entrevista de 2002 que citamos antes, Abel Barrera hace un resumen de la coacción y los excesos personales del ejército en La Montaña:
“Los guachos son los militares que llegan al pueblo, que madrean a la gente (...) y que últimamente han violado a varias indígenas” cuyo pretexto desató sin reserva la persecución al Ejército Popular Revolucionario, el Ejército Revolucionario Popular Independiente y sus desprendimientos. La región quedó entonces salpicada por retenes militares. Continúa Abel:
-Es desgraciadamente una historia llena de sangre (...) para los mixtecos, para los nahuas y los tlapanecos (...) Me hace recordar Barrio Nuevo de San José, cómo matan a un campesino y a su hijo, allá en el municipio de Tlacoachistlahuaca. Después de esconderlos, llegan sus mujeres a buscarlos y todavía las violan, y hasta la fecha esa gente esta ahí en esa comunidad.
“En Barranca Bejuco, municipio de Acatepec, llegan los soldados para investigar dónde están los encapuchados, maltratan a los niños y violan a una mujer (...) Este ejército que caminando por las veredas y las carreteras, como de Metlatonoc, embosca a la misma policía porque dice que esos son encapuchados.”
En las ciudades y con el desbordamiento de los carteles el panorama es similar. En la propia Iguala, el primero de marzo del 2010, cerca de las 10:30 de la noche seis jóvenes son “secuestrados por militares afuera de un club nocturno”, según prueban “grabaciones de cámaras de seguridad”. Jamás volvió a saberse de ellos.    
Los treinta y ocho cuerpos en fosas comunes y los del río Papayo, que la PGR dice alcanzan a cuarenta y tres y pueden ser menos o más, exhiben el nivel de violencia de la zona.

Incluso así, lo sucedido en esa ciudad a partir de las ocho pm en que José Martínez Díaz y los suyos persiguen a los normalistas de tres autobuses por la avenida central y en dirección al centro, rebasa todo precedente. Lo hace aunque no se produjeran las muertes y desapariciones.
La mínima mesura queda a un lado, con obvia conciencia de que el Centro de Monitoreo registra los actos y en consecuencia todos los niveles gubernamentales y policiacos y las fuerzas militares están informados. Lo están también los medios de comunicación en la localidad, tradicionales y alternativos. ¿Repentinamente?, pregunta el sentido común, a quien por fuerza se le viene el recuerdo de que desde cinco días atrás la Policía Federal, cuando menos, debe prever la toma de camiones por los estudiantes en un centro urbano no muy lejos de Ayotzinapa.    
CONTINÚA: 
INFORME DE LA COMVERDAD GUERRERO Y LA LARGA GUERRA SUCIA.
LIGA CON "MODELO GUERRERO"

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