Me
atreví a decir sí a la propuesta de que hiciéramos este libro, porque años
atrás escribí uno sobre la muerte de Digna Ochoa, la terca defensora de
derechos humanos que ganó el juicio contra dos militares adscritos a la sierra
de Petatlán, en el propio Guerrero, responsables directos del acoso a
campesinos ecologistas.
El
cadáver apareció al principio de la noche en su oficina, cerrada por dentro.
Presentaba un impacto de bala en la sien izquierda, que salió de la tosca, poco
común pistola en la mano de ella mal metida entre uno guante de latex. La mujer
era diestra y no zurda y cerca reposaban las copias de amenazas anónimas con un
siniestro dejo humorístico, que por años le enviaron en lo personal o como
parte de un equipo. Eso, el husmear en días anteriores de hombres con un
inconfundible aspecto de policías secretos, y otros indicios, llevaron al
primer fiscal del caso a convencerse que se trataba de un asesinato y
establecer varias hipótesis. La primera señalaba hacía los servicios de
inteligencia militar.
Los
siguientes encargados del caso dieron un giro mortal a las investigaciones y
terminaron concentrándose en el estado natal de ella a fin de probar que Digna
era una mentirosa consuetudinaria, como probaban, por ejemplo, las boletas escolares
desde la primaria con calificaciones de ocho y a veces menos, cuando la ahora
malvada o demente mujer afirmó ser una muy buena alumna, no importa si pertenecía
a una familia de trabajadores rurales. Para entonces las autoridades habían enterrado
el proceso contra aquél y otro cuerpo del ejército y corrían rumbo a un fallo
definitivo: suicidio asistido, sin mención del asistente.
Quien
despejó el camino a este vuelco en las indagatorias fue el respetado ex jefe de
la abogada, la propia noche en la cual se encontró el cuerpo, a las puertas del
edificio de los hechos, sin asomarse a la oficina donde la torpeza o la mala fe
de los investigadores alteraba las pruebas.
Con
una abundatísima documentación en mis manos y luego de largas, íntimas
entrevistas con compañeros de la abagada, no tardé en entender. Los autores de
las sistemáticas amenazas que duraron años, alcanzaron su objetivo: introducir
el pánico entre la comunidad de defensores de humanos. Algunos de éstos se daban y no cuenta que al avalar un juicio a tal punto absurdo, todos y todas quedaban indefensos
ante cualquier abuso y con la marca de la locura.
La
variedad del clásico fenómeno que comete un doble crimen contra las víctimas al
convertirlas en posibles victimarios, en cuanto a los familiares y compañeros
de nuestros cuarenta y tres desaparecidos y cuatro muertos de hecho, tiene un
eco del caso Digna Ochoa.Julio César Mondragón es torturado y muerto de la más cruel manera imaginable. Es una víctima por eso y lo sería por mucho menos: el mero asesinato, la llana brutal golpiza, el obvio terror psicológico al que lo sometieron. Lo es él y la familia, con un sentido multiplicado de la pérdida, incapaz de substraerse a la imaginación de los hechos.
En
otra parte del libro nos acercamos a Adelita, Lenin, don Raúl, Marisa,
Cuitlahuac y el resto de los que compartieron la vida íntima de Julio. Hombres
y mujeres que nacieron y crecieron en el campo o en áreas semirurales y cumplen
de principio a fin el lugar en la cadena sobre la cual se sostiene el país, con
lo único a su disposición, como la absoluta mayoría en el reino de la injusticia
donde habitamos: trabajo y más trabajo. No hay una sola mancha pública que
señalarles–de las privadas nadie se salva, desde el principio de los tiempos.
Aunque
no fuera así, incluso si formaran una banda criminal, nada se equipararía al
sufrimiento por perder a uno de los suyos ya no en las terroríficas
circunstancias del hombre cuyos restos quedan sobre la calle, sino por cualquiera
acto artero.
Entre
nosotros casi reglamentariamente a esta pena la acompaña alguna clase de
hostigamiento, sobre todo cuando los deudos exigen la justicia que no llega, que
por omisión o comisión la autoridad se resiste a procurar, muchas veces con
dolo, como es el caso, según advierten los expertos del órgano mundial más autorizado
en el tema.
La
PGR que una y otra vez incumple acuerdos que firmó con los familiares de los muertos
y desaparecidos en conjunto y con los Mondragón Fontes en particular; los ministerios
públicos que hacen perdedizos los hechos entre cuatro distintos procesos, por
norma ante cualquier reclamo convierten a Adelita, Lenin y los demás en sospechosos
de imprecisables qué.
Un
diario culmina la obra recogiendo con clara mala intención una entrevista en
que Marisa, la esposa, xxx xxx xxx.
Los padres, madres y compañeros de las demás víctimas del 26 y y 27 de septiembre sufren un trato equivalente cuando la prensa que sirve al poder les inventa turbias historias personales o los presenta como vándalos. CONTINÚA
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