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En 2001 la muerte y probable asesinato de Digna Ochoa dirigen la mirada hacia Guerrero y el ejército allí, y el director Felipe Casals organiza una larga serie de entrevistas para su película, que después se convierten en libro inédito. Selecciono fragmentos de ellas:
En 2001 la muerte y probable asesinato de Digna Ochoa dirigen la mirada hacia Guerrero y el ejército allí, y el director Felipe Casals organiza una larga serie de entrevistas para su película, que después se convierten en libro inédito. Selecciono fragmentos de ellas:
-Hay
familias que siguen todavía durmiendo en el suelo, ni siquiera en petate, en el
suelo. Familias que siguen teniendo una tridieta, digamos, que solamente comen
maíz, frijol y si acaso café (DR RUBI).
-El
abatimiento de los grupos armados de Lucio Cabañas, en 1974, no produjo una
modernización o una integración de estas zonas marginadas con la economía
regional o nacional. Por el contrario, después de agravar la persecución y
liquidación de remanentes guerrilleros, no hubo proyectos carreteros,
infraestructura de comunicaciones, de servicios de salud, de educación, de
comercio, y se aumentó la marginación (MONTEMAYOR).
-El estado de Guerrero ocupa el primer lugar en la
tasa de fecundidad. Pero también registra el más alto índice de mortalidad
infantil (...) principalmente en lo que se conoce como El espinazo de la pobreza: la Montaña y el Filo Mayor [en lo más
alto de la sierra que colinda con los estados de México y Michoacán].
“Ahí,
donde se concentran los 600 mil indígenas del estado, se presentan los mayores
atrasos y los mayores niveles de marginación. (ANGEL ÁVILA).”
-Con la
marginación vino la producción de estupefacientes y por supuesto el
fortalecimiento de las cúpulas que hacen difícil descifrar cuál es la red de
poder, impunidad o presión que se da (MONTEMAYOR).
-El problema del narcotráfico es un problema que
atraviesa a las comunidades (…) Las tiene atrapadas desde hace más de 30 años.
La gente, después de no encontrar la respuesta de las autoridades para sus
proyectos productivos, se han visto en la necesidad de migrar...
“En las barrancas, en las cañadas, donde hay algo
de agua, ahí es donde se siembra la amapola. Es un lugar estratégico… (ABEL
BARRERA).”
-A fines de los
1980 se empieza a dar el auge de los partidos políticos, de manera mucho más
abierta (...) La apertura democrática permitió que otros partidos políticos, el
PT, el PRD, pudieran iniciar la incursión en algunos municipios…
“Esto obviamente
afectó intereses, intereses ya históricos... Ahí empiezan a manifestarse estas
violencias, estas señales de secuestro y asesinato, que van a dar por resultado
muchos movimientos sociales, y el movimiento de organizaciones como la de la
Costa de la Sierra del Sur, la que fue objeto de la masacre de Aguas Blancas,
que tiene su base en el parte de Atoyac, El Paraíso, en esa parte de las zonas
cafetaleras.
“Estas situaciones de enfrentamiento a los cacicazgos, tienen su
manifestación en la violencia y en el
matrimonio de las policías estatales y municipales y el ejército mismo,
que se traduce en la afectación de los derechos humanos, fundamentalmente. No
es gratuito lo que se dio en 1985, después en 1995, en Aguas Blancas, y
posteriormente en 1998 con la masacre de El Charco...
“Hay un dato que es relevante y que ilustra esta situación. A partir de
1993 se han dado en el estado de Guerrero 600 desapariciones, de un total de
1400 a nivel nacional.”(ANGEL).
No es
raro, por ello, que en 1994 se crearan organizaciones de derechos humanos, como la de la Montaña:
-Surge en un momento clave para nosotros y para nuestro país, por el
levantamiento zapatista. Nace en junio, cuando la región se estaba llenando de guachos. Los guachos son los militares que llegan al pueblo, que madrean a la
gente (...) y que últimamente han violado a varias indígenas... (ABEL).
A partir
de ese momento la zona quedó salpicada por retenes militares, que prevenían u
orillaban la aparición, primero, del Ejército Popular Revolucionario (EPR), y
luego del Ejército Revolucionario Popular Independiente (ERPI) y de sus
desprendimientos. O para ser exactos, se recrudeció una presencia del ejército
que no cesaba desde la primera guerra
sucia.
-El ejército en Guerrero (...) es desgraciadamente
una historia llena de sangre (...) para los mixtecos, para los nahuas y los
tlapanecos (...) Me hace recordar Barrio Nuevo de San José, cómo matan a un
campesino y a su hijo, allá en el municipio de Tlacuaxistlahuaca (¿). Después de esconderlos, llegan sus mujeres a
buscarlos y todavía las violan, y hasta la fecha esa gente está ahí en esa
comunidad –cuenta Abel Barrera.
“En Barranca Bejuco, municipio de Acatepec, llegan
los soldados para investigar dónde están los encapuchados, maltratan a los
niños y violan a una mujer (...) Este ejército que caminando por las veredas y
las carreteras, como de Metlatondo
(¿) embosca a la misma policía porque dice que esos son encapuchados.”
-¿Estamos hablando de un fenómeno de
colombianización de Guerrero? –se interroga a Carlos Montemayor.
-No, todo lo contrario. La colombianización ocurre primero porque no
había un gobierno central eficiente ni aceptado en Colombia. Segundo, porque
hay un dominio territorial total de las guerrillas. Tercero, porque es
imposible para fuerzas policiacas y militares oponerse tanto a los grupos
guerrilleros como a los clubes de delincuentes armados que constituyen las
fuerzas paramilitares colombianas.
“Esto no ocurre en México ni hay manera de establecer paralelos con
Colombia. Lo que estamos es ante el caso
típico que debemos llamar estado de Guerrero.”
-¿Qué hilo sensible pudo tocar Digna en este estado?
-Yo creo que tocó varios y tuvo en sus manos o pudo
presentir varios de estos hilos (...) que quizás le hubieran permitido unir un
rompecabezas en el que podían haber combinado varios sectores de estas cúpulas
(locales, nacionales e internacionales de poder), que nos hubieran dado un
rostro inesperado de lo que es el conflicto en Guerrero.
Las hipótesis sobre el o los posibles nexos de la muerte de Digna con esta entidad no pudieron comprobarse, como ninguna otra, pues la investigación estuvo plagada de dolosos vicios que todavía permiten exigir la reapertura del caso.
Una hipótesis conducía a militares de la sierra de Petatlán, al sur de la Costa Grande, que gracias a la defensora de derechos humanos fueron encontrados culpables del hostigamiento a los campesinos ecologistas de la zona en la segunda mitad de los años 1990.
Para entonces se habrían producido dos masacres que impactaron al país.
Una hipótesis conducía a militares de la sierra de Petatlán, al sur de la Costa Grande, que gracias a la defensora de derechos humanos fueron encontrados culpables del hostigamiento a los campesinos ecologistas de la zona en la segunda mitad de los años 1990.
Para entonces se habrían producido dos masacres que impactaron al país.
El
periodista no sabía cuán artera fue la acción de Figueroa hijo. María de la Luz Núñez Ramos, en ese momento presidenta municipal
perredista de Atoyac de Álvarez, testimoniaría después al equipo de Felipe Casals:
-El día 18 de mayo los atoyaquenses recuerdan la masacre, que también
quedó en la impunidad, que se realizó en Atoyac: un movimiento social de padres
de familia de una escuela, que encabezó el profesor Lucio Cabañas...
“La OCSS iba al acto al Zócalo...Pero ese día llegaron en un ambiente
hostil (...) y tiraban piedras al ayuntamiento.”
Los campesinos estaban molestos por el incumplimiento de los acuerdos a
los que habían llegado con el gobierno estatal, y en el camino expresaban la
inconformidad hacia el PRD, del cual la mayoría había formado parte pero de
quien se sentían legítimamente abandonados, según reconoce la alcaldesa. De
cualquier manera, a ella el tono le pareció desusado, y después de hablar con
los líderes de la Organización, que se mostraban desconcertados, concluyó que
algo raro había:
-No eran formas de ellos. Con esto quiero decir que este tipo de
movimientos desgraciadamente son infiltrados
Para eso está el gobierno pero muy atento.
Como las demandas de los campesinos eran de carácter estatal, María de
la Luz convenció a dos de los dirigentes de que juntos llamaran al gobernador
Figueroa, quien después de una reacción característica, “Mándelos usted a la
chingada”, prometió enviar a su secretario de gobierno. Entretanto, los más
intransigentes decidieron tomar en Palacio Municipal con la alcaldesa dentro.
-En mi opinión, eso lo tengo muy claro –dice ella-,
el gobierno estatal pensaba presentar ese día (...) como un enfrentamiento
entre perredistas.
¿Eso pensaba, nada más? En
espera del enviado del gobernador, frente a todos, María de la Luz recordó a uno de los miembros de la Organización, Gilberto
Romero, que tenía un crédito pendiente en la presidencia. No se produjo ningún
altercado con él, a quien la mujer estimaba y que era reconocido como un hombre
de palabra.
Casualmente, una semana después Gilberto desaparecía y alguien esparcía
el rumor de que la responsable era la presidenta municipal. En reclamo de su
presentación fue que la OCSS preparó el acto al que se dirigían los campesinos
asesinados en Aguas Blancas el 28 de junio.
-Ese día la Organización
Campesina de la Sierra del Sur –continúa María de la Luz- iba a salir desde
Tepetixtla, iba a pasar por Coyuca, porque es municipio de Coyuca, para llegar
a nuestro ayuntamiento.
El día 24 ella había
marchado a la ciudad de México y estando allí el 27 le llegó un fax para
avisarle que la buscaban con urgencia. Tomó el camino de regreso y a las siete
de la noche estaba en Atoyac. Lo primero que hizo fue comunicarse con el
gobernador:
-¿Ya sabe que su síndico
volvió a invitar a sus amigos de la OCSS? –le dijo Figueroa Alcocer. –Yo le
pido que haga todo lo posible por evitarlo Yo por mi parte voy a hacer lo
propio. A como dé lugar voy a evitar que lleguen al ayuntamiento. Nosotros los
vamos a esperar allá en Coyuca.
Al día siguiente la
presidenta municipal fue a ver al padre Máximo, expulsado de la Iglesia
católica pero muy respetado por la población más humilde, sin exceptuar la de
la OCSS. Iba preocupada por la visita anterior de la Organización:
-Padre, ¿usted sabe si
vienen en la misma actitud agresiva?
-No, para nada, señora. Al
contrario, vienen muy apenados por la situación que se dio la vez pasada (...)
Yo tengo entendido que simplemente vienen porque aquí es donde se les permite
manifestarse, a reclamar a Gilberto Romero.
-Hablando de eso
precisamente –interrumpió la alcaldesa-, hay un volante en donde dice que yo lo
desaparecí.
-No, señora –dijo el
párroco-, aquí ya hay otros participantes, aquí ya hay infiltraciones. Tenga la
seguridad de que este volante no lo firmaron ellos. Esto lo está manejando
directamente el gobierno (...) Usted váyase tranquila, aquí no va a pasar nada,
y si algo pasara yo me comprometo a ir a hablar con la gente.
La mujer volvió al
ayuntamiento y aguardó:
-Dieron las diez, las 11,
las 12.... quedaron de estar ahí desde las diez de la mañana, y como a la una
de la tarde entra el oficial mayor y me dice: “Presidenta, acaba de haber una
matanza en Tepetixtla”.
Los rumores se extendían.
-En eso me dice el
secretario de gobierno del ayuntamiento: “Oiga, a propósito. Anoche, cuando usted acabó de hablar con el
gobernador, me habló el director del hospital, de aquí de Atoyac, para
preguntarme que qué sabíamos acerca de una matazón que iba a haber aquí”.
“Yo les
quiero decir que al director del hospital misteriosamente lo mataron después."
Tres
años después se produciría una segunda masacre cuyo eco recorrió el país y otras
partes del mundo. La de El Charco, un caserío disperso entre cerros, a treinta
y cinco kilómetros de la cabecera municipal, Ayutla de los Libres, en los
linderos de la Baja Montaña y la Costa Chica.
Sus
habitantes apenas rebasan el número de 300, en su absoluta mayoría son de origen
mixteco, y a pesar de que los alrededores son ricos en recursos naturales,
ellos forman parte de los pobres entre los pobres de este empobrecido estado.
Allí,
el sábado 7 de junio de ese 1998, a un mes de la represión a los campesinos
ecologistas en otro costado de Guerrero, el recién nacido Ejército
Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), escisión o extensión del Ejército
Popular Revolucionario (EPR), llamó a campesinos y campesinas de la región a
reunirse en el edificio de la escuela, la Catirino Maldona Pérez.
Al
parecer la reunión tocó problemas generales de los pueblos y permitió explicar
los objetivos del grupo armado. Al ponerse el sol, los asistentes que vivían en
el pueblo se retiraron a sus casas, y los treinta y ocho hombres, mujeres y
menores de edad que venían de otras comunidades quedaron a dormir en la
escuela, incluidos los miembros del ERPI.
A
lo largo de la noche las comunidades cercanas vieron o escucharon el paso de
elementos y transportes del ejército. A las cuatro de la mañana la Catirino Maldonado,
en lo alto de El Charco, estaba ya cercada por un Grupo Aeromóvil de Fuerzas
Especiales, especializado en asalto aéreo, lucha antinarcóticos y
contrainsurgencia, y por veintiocho batallones de infantería (un total cercano
a mil efectivos), bajo la conducción de un general.
Los
documentos que luego exhibirá la justicia militar, asegurarán que había vigías
armados de la guerrilla. Pero tras los acontecimientos no se hallarán señales
de resistencia de parte de parte de ésta, algunos de cuyos miembros parecían
haber pasado al interior de la escuela.
La
reproducción de los hechos realizada por organismos civiles, indicaría que el
ejército abrió fuego casi inmediatamente después de las conminaciones a la
rendición; que la mayoría de los sitiados no tenían armas de fuego y que sólo
una pequeña porción de los once muertos se produjo en el interior de la
Catirino Maldonado.
En
cambio, la cancha de basquetbol, a la cual unas cuatro horas después salieron
con las manos en alto cuantos quedaron en la escuela, tenía abundantes muestras
de sangre, que confirmarían los testimonios de los sobrevivientes: fue allí
donde los soldados se cebarían, dando un solo y certero disparo a cinco o seis
hombres, mientras estaban hincados, según todo indicaba.
De
acuerdo a la información periodística, a la matanza siguieron las detenciones,
la tortura y la cárcel, también para cinco menores edad.
Para
la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos y Víctimas de
Violaciones a los Derechos Humanos; para la Comisión de Derechos Humanos de la
Montaña de Guerrero, para otras organizaciones, periodistas y estudiosos, el
proyecto de militarizar el campo del sur-sureste de México, estaba más que bien
documentado.
Gracias
a una serie de reformas legislativas, afirmaban, el proyecto suponía una suerte
de estado de guerra latente, con la presencia directa del ejército en la vida
diaria de la sociedad, o a través de la acción de grupos paramilitares. De esa
manera las garantías individuales se constreñían de hecho, y la violación a los
derechos humanos se volvía una constante.
Conforme
a la Asociación, la Comisión, etc., el levantamiento armado en Chiapas habría
sido el detonante de un proceso que se preveía en la firma del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (TLC), conforme a las minutas de las reuniones
paralelas del Departamento de Defensa de los Estados Unidos y a la información
que proporcionaba la investigadora Gloria Estévez.
De
acuerdo a ésta, casi un año antes de la irrupción del movimiento zapatista, el
coronel Stephen J. Wager, miembro del Instituto de Estudios Estratégicos del
Colegio de Guerra estadounidense, publicó el libro El ejército mexicano de cara al siglo XXI, en el que sostenía la
inevitabilidad del desorden social, producto del propio TLC y de la reforma al
ejido y a la propiedad comunal.
Para
encararlo, decía, las fuerzas armadas de México debían transformarse en un
aparato ágil, de reacción rápida, de gran movilidad.
Este
tipo de informes eran manejados por las organizaciones con las cuales Digna
estaba en contacto. Informes que abundaban en temas delicados y cuya conclusión
coincidía con la de Roderic Al Camp, investigador y analista político, quien
advertía la radical transformación por la cual estaba pasando la doctrina
militar en nuestro país: las tareas de seguridad nacional debían concentrarse
en combatir al enemigo interno.”
El
Charco era un momento nodal, en la óptica de las organizaciones que seguían el
proceso, como el caso más grave de discrecionalidad en el estado de Guerrero,
en la presumible nueva etapa de las fuerzas armadas. Un momento que hacía
transparente la intervención del ejército en la vida diaria de las comunidades.
En
los pueblos, en los caminos, en las milpas, en los cerros y cañadas, se decía,
el ejército hacía sentir una presencia que tenía deliberados efectos sobre la
moral de la población, creando un clima de terror.
-Nosotros
de hecho estamos desarrollando un programa de atención psicológica –dice Julio
Mata-, intentando atender, con todas nuestras limitaciones, a la gente que ha
sufrido tanto la tortura, como que es familiar de detenido-desaparecido, y
gentes que nada más por el miedo de ver entrar a un camión del ejército les
entra zozobra.
Maribel
Gutiérrez Moreno, la periodista guerrerense que luego aportará datos para
tratar de esclarecer la muerte de Digna, en ese momento hacía una lista de las
aprensiones ilegales, cateos e incursiones que se prodigaron desde 1994, como
parte de las numerosísimas acciones “de lucha social” desencadenadas en el país: 40 mil para 1998, conforme a
información confidencial de la revista Proceso.
Poco
antes de los acontecimientos en El Charco, contaba la periodista, indígenas
mixtecos habían denunciado que en camino de Tlapa a sus comunidades, en el
municipio de Metlatónoc, un retén militar abrió fuego sobre ellos, sin previo
aviso, resultando muerto Eloy Ramón Ortiz.
Y
continuaba: en la noche del 20 de abril del 99, dos mujeres indígenas de San
Miguel Tejalpa se preocupaban porque, tras 12 horas de haberse marchado, el
cuñado de una y el nieto de otra, de 13 años de edad, no regresaban de recoger
mazorcas. Se dirigieron a la parcela, descubrieron un charco de sangre y la
proximidad de los soldados, así que echaron a correr. Fueron alcanzadas y
violadas.
Al
día siguiente en un punto más al sur, siempre de acuerdo a la información de
Maribel Gutiérrez, un campesino murió por las balas de los militares mientras
cuidaba su ganado, “porque portaba una escopeta”.
-En
puro Atoyac –habla de nuevo Julio Mata- hay 400 desaparecidos, y en el estado
de Guerrero son más de 600... O sea, la mitad de los del país, porque a nivel
nacional nosotros manejamos un número de alrededor de 1,200 casos.
La
cifra se arrastraba, según Mata, desde los años 1960, pero no se detenía con el
fin de los movimientos guerrilleros de los 1970, y continuaba en vida de Digna,
como al parecer probaba el caso de Gilberto Romero, el campesino cuya
desaparición precipitó los acontecimientos de Aguas Blancas.
¿A esta
sistematización de materiales informativos es a la que se refería, al menos
parcialmente, Carlos Montemayor, cuando lo escuchamos decir que Digna reunía
información que “quizás le hubieran permitido unir un rompecabezas en el que
podían haber combinado varios sectores de estas cúpulas (de poder), que nos
hubieran dado un rostro inesperado de lo que es el conflicto en Guerrero”?
¿Es
esta documentación, también, la que mencionaban el propio Mata y Abel Barrera,
al asegurar que la abogada, como integrante del Pro, estaba involucrada con
otras organizaciones en una investigación que quizá fue la que la condujo a la
muerte?
"La
actuación del Ejército en Guerrero: patrón sistemático de violaciones a
derechos humanos", el Pro toma como casos tipo, la masacre de 11
campesinos desarmados en la comunidad de El Charco, en Ayutla de los Libres,
ocurrida 7 de junio de 1998, y la persecución, detención y tortura, de
militares contra Teodoro Cabrera y Rodolfo Montiel, el 2 de mayo de 1999.
-¿En
Guerrero hay aparatos capaces de preparar un crimen tan sofisticado como el que
parece haberse cometido con Digna Ochoa? –preguntó un reportero a Mata.
La
respuesta fue que sí, y la ilustraba con los elementos que presuntamente se
ponen en operación para desaparecer a una persona:
-Se
necesita una infraestructura muy amplia. Se necesita primeramente el poder
tener los horarios de esta gente que van a secuestrar. Necesitan hacer un
seguimiento durante días, a veces semanas, a veces años.
“Como
ocurre claramente con el caso de Gregorio Alfonso Alvarado López, desaparecido
en septiembre del 96, en el cual la familia ubica que los están persiguiendo
vehículos...
“Entonces
hay un seguimiento constante, para ubicar su rutina. Y escoger el momento
adecuado en el cual no van a poder hacer escándalo. Tienen que tener cárceles
clandestinas...
“Tienen
normalmente, esto lo digo por todos los testimonios que hemos recibido, gente
vigilándolos día y noche. Tienen médicos que los pueden estar sosteniendo en la
tortura, para que no se mueran, para que no se les pase la mano, durante
muchísimo tiempo.
“Los que han podido
salir nos han hecho narraciones también de la infinidad de torturas... Incluso
en algunos casos les han estado pasando videos de lo que está pasando en esos
momentos en su casa.”
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