lunes, 18 de mayo de 2015

El Verde, el Chilango, el Julión… los rostros de Ayotzinapa. Tryno Maldonado

"El Verde tiene 19 años. Es hijo de campesinos.  Es alumno de primer grado de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos.  El apodo se lo ganó durante la semana de inducción. Prácticamente todas las playeras que usa son de ese color.
"El dormitorio de la sección G era conocido por su camaradería y buen ambiente. Sin embargo, desde el pasado 26 de septiembre en que el Estado asesinó y desapareció a más de cuatro decenas de sus compañeros normalistas, el dormitorio de el  Verde es uno de los más obscuros y vacíos de la Normal.  La zona de la escuela donde se ubica es conocida como “las cavernas”.  El Verde es el único sobreviviente.  Hasta la fecha, espera el regreso de sus compañeros desaparecidos: Miguel Ángel Hernández Martínez el Migue; José Eduardo Bartolo Tlatempa, Bobi; Israel Jacinto Lugardo, El Chuckito; Christian Alfonso Rodríguez, Hugo; Julio César López Patolzin, Julión; Jonás Trujillo González, Beni y Julio César Mondragón, El Chilango.
(…)
“El Verde tiene un rostro melancólico.  Nariz afilada y labios gruesos por los años de práctica con la embocadura de la corneta en las bandas de guerra.  Es difícil adivinar si eso que ha vivido en los últimos meses es lo que le ha conferido un acento de dureza a sus rasgos casi infantiles.  Pero su mirada se vuelve tímida y esquiva cunado habla de sus amigos desaparecidos.
“El Verde suele contar que su sección era la más unida. Cuando alguno de ellos tenía un poco de dinero para comprar algo de alimento, por ejemplo, ese día ninguno de los ocho se quedaba sin comer.
“Para Levinás, la relación entre los seres humanos ocurre a través del rostro del otro: una construcción, una máscara. La expresión se desvanece.  Pero no sucede así con los rostros de los desaparecidos.  Los rostros de los desaparecidos son un vacío en la realidad. Un duelo suspendido que jamás llega y se vuelve intolerable.
Cunado la sección G se dividió en grupos durante el primer y único día de clases -26 de septiembre del año pasado- la mayoría de los estudiantes postuló a Julio César Mondragón, El Chilango como jefe de grupo. Hubo votación.  Se escucharon afirmaciones e incluso aplausos en el salón de clases.  Sin embargo Julio César declinó el cargo.  Se pudo de pie y las cabezas rapadas de los muchachos se alzaron para mirarlo desde sus 1.70 metros de estatura.  Julio César, serio e introvertido como era, pero visiblemente conmovido por el gesto de sus compañeros, empleó las palabras más sinceras que pudo encontrar: les dijo que no era buena idea. “Ustedes saben, paisas, que a los chilangos no nos quieren por acá. Lo mejor es que alguien más se haga cargo del grupo”.  El Verde y el resto de sus compañeros lo miraron sin parpadear y enseguida intercambiaron miradas entre ellos. Hubo un silencio nervioso y enseguida un cichicheo.
“La decisión de Julio César obedecía a su experiencia como normalista durante dos años en la normal rural de Tenería, en el Estado de México, a escasos cinco kilómetros de su casa.  Sabía que las responsabilidades que ser jefe de grupo le iba a acarrear, cuando lo más que le preocupaba era su hija Melisa, recién nacida.  Ella fue el motivo de su ingreso en la normal de Ayotzinapa.  Si asumía el cargo de jefe de grupo, era muy probable que Julio César tuviera que pedir permiso para ir a visitar a su hija y a su esposa, Marisa, de 24 años, como sí había hecho durante la semana de guardia.  Así que El Chiquis, otro compañero de grupo, tomó su lugar.
“Muchas veces, durante los tiempos libres, El Verde y otros compañeros veían a Julio César pasar horas concentrado en una libreta. No era de los que ponían música a alto volumen en su celular, sino que se colocaba los audífonos y se desconectaba por horas sin molestar a nadie. Era de los pocos de la normal que no oía banda, prefería el hip hop. A Julio César le gustaba también hacer dibujos con una pluma a todas horas.
“En una ocasión, El Haus -un alumno de primer grado de un dormitorio vecino a donde Julio César solía irse a tomar una siesta, por las tardes, cuando el suyo estaba lleno-, entró sin hacer ruido y lo descubrió dormido y con una libreta de dibujos abierta sobre su pecho. A lo que Julio César dedicaba tanto tiempo en los ratos libres-tal como supo El Haus ese día-, era a esbozar rostros. No eran retratos en forma, sino rostros bien trazados pero apenas esbozados. Ojos, labios, bocas… casi siempre de mujeres. La mayor parte de esos rostros estaban incompletos. Frases sueltas. Incluso cartas. Dibujos y escritos hechos hasta en las noches de círculos de estudio.
“Durante las noches, El Chilango solía oír música en su celular antes de dormir. Cártel de Santa sobre todo. Pero también Dharius. Cuando otro estudiante, llamado Chessman -acostado en en una colchoneta contigua sobre el mismo piso frío y también fan del hip hop-, escuchaba las primeras notas de Qué buen fiestón, una de las favoritas de El Chilango en esa época, él sonreía, de despejaba de la modorra y comenzaba a tararearla también. Primero por lo bajo y, al final, a coro y en voz alta con el resto de los siete muchachos hijos de campesinos, extenuados por la dura semana de prueba, sus cuerpos apretados unos contra otros en el minúsculo dormitorio de tres por tres, molidos por el cansancio, pero unidos y felices como uno solo en la noche, cantando a una voz.
“Qué buen ambiente se siente/ Cuando estoy con mi gente/ Pisteado, olvidando todas las penas de la vida/ Brindando por las cosas chidas/ ¡Qué buen fiestón!/ Ando prendido machín/ Ando prendido machín/ ¡Qué buen fiestón!
#Sólo entonces El Chilango sonreía por unos minutos y así con una sonrisa, era que se quedaba dormido.
“Haus no puede evitar traer ahora a la mente el hallazgo de la pequeña libreta de dibujo y el recuerdo del rostro de unos de sus mejores amigos en la normal, Julio César, a quien le arrancaron el rostro con vida la madrugada del 27 de septiembre…”

Tryno Maldonado. Los rostros de los desaparecidos.

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