domingo, 31 de mayo de 2015

El presunto torturador y los grupos de poder entre 2002 y 2014

Lo último que sus compañeros registran de Julio es cómo al huir cae de alguna manera herido y una patrulla lo recoge. Según la PGR, al mando del vehículo va el policía segundo Luis Francisco Martínez Díaz, un agente de cuarenta años a quien luego se acusará de torturar hasta la muerte al estudiante y ser el tercero en la cadena que dirige Guerreros Unidos, el grupo mafioso responsable, siempre conforme a la versión oficial, de las desapariciones.
El hombre tiene un largo historial poco precisado para nosotros, que incluye su estancia en un cuerpo policiaco municipal de Tamaulipas, sistemáticamente vinculado a los dos grandes carteles originarios de esa zona.
Al parecer tendría nexos muy estrechos con el director de seguridad pública municipal, también responsabilizado de los hechos, si bien tiempo después que él, y al director de la policía homóloga de Cocula, el municipio connurbado de Iguala, a quien pronto se señala como un actor central.
Todo forma parte de la “verdad histórica” que sostiene la PRG y redondearía el “caso Iguala”, pues así la culpa recae por entero sobre en los funcionarios y grupos criminales de la localidad. ¿Por qué entonces el juicio de Julio César queda aparte y pertenece al fuero común y no al federal? La razón en el elemento unificador, la impunidad, que deja cabos sueltos de dimensiones monumentales: los 28 cuerpos localizados en las primeras cinco fosas comunes, que la autoridad afirma no pertenecen a los normalsistas; los restos en el río Papayo, de los cuarenta y tres desaparecidos que se quemaron en el basurero El Papayo, conforme a la Procuraduría, desmentida sin lugar a dudas por los expertos de la CIDH; los otros diez hallados después durante las investigaciones que dirigen los padres de Ayotzinapa y hacen exclamar a un hombre en búsqueda de su mujer y sus hijas: “todo el cerro seguro es un panteón”, en más de un municipio en torno a Iguala.
“Sus identidades empiezan a surgir –escribe Marcela Turati-, así como las historias de dolor que han dejado detrás.
“Un cura africano asignado a México, un taxista que fue migrante, una familia (un hombre con su hijo, una sobrina y un sobrino) que viajaba a Iguala a un velorio (…) La mayoría fueron detenidos por la policía municipal de Iguala y desde entonces no se sabía de su paradero.”
-No sabemos cómo se va distribuyendo, respetando o tensando el poder de una cúpula policiaca, de una cúpula militar, de una cúpula de narcotráfico, de una cúpula de derrame de los fondos públicos (...) Ese mapa es clandestino. Sólo quienes están dentro de esas cúpulas saben cómo respetar, cómo apartarse, cómo enfrentarse a las cúpulas contiguas.”
Así dice Carlos Montemayor sobre Guerrero en 2002, y Abel Barrera, un defensor de derechos humanos que habla por La Montaña y la Costa Grande:
-El problema del narcotráfico es un problema que atraviesa a las comunidades (…) Las tiene atrapadas desde hace más de treinta años. La gente, después de no encontrar la respuesta de las autoridades para sus proyectos productivos, se han visto en la necesidad de migrar...
“En las barrancas, en las cañadas, donde hay algo de agua, ahí es donde se siembra la amapola. Es un lugar estratégico.”
¿Para 2014 de qué manera evolucionó esa trama?
De acuerdo a Luis Hernández Navarro, la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias  y las Policías Comunitarias de Guerrero, nacidas en 1998 son producto de un proceso que en la década de los años 1970 iniciaron las comunidades de La Montaña y la Costa Chica, sobre todo, “para construirse una nueva forma de ser indio y una valoración distinta a la tradicional dentro de la sociedad urbana”.
“Al arrancar la década de los noventa del siglo pasado –continúa el periodista e historiador-, la LuzMont [organización formada por cafeticultores indígenas]se topó con la barbarie de los caciques regionales y sus pistoleros, con la inseguridad en la región y la complicidad policíaca con los maleantes. Sus socios y la Luz de la Montaña misma fueron víctimas de asaltos, robo de ganado, asesinatos y de la violación de sus mujeres. Como el gobierno no se hacía cargo del problema, inevitablemente ellos tuvieron que enfrentar el reto de solucionarlo.
El levantamiento del EZLN contribuyó a un impulso que en 2009 reforzaría el Manifiesto de Ostula, en la región purépecha michoacana, del Congreso Nacional Indígena, convocando a la formación de organizaciones de autodefensa le daría una nueva proyección.
Por ello en las palabras de Carlos Montemayor y Abel García hay ya una honda preocupación por el desarrollo del crimen organizado en las regiones indígenas guerrerenses y sus vínculos con toda clase de poderes formales y económicos. Aun así a trece años de distancia nos sorprende el nivel que alcanzó esa trama cuya plena revelación se produce el 26-27 de septiembre, si bien la justicia nos niega el franco acceso a ella.
Narcoviolencia, suele decirse y así damos por supuesto que se debe a las drogas solamente. Según Edgardo Buscaglia el crimen organizado en México trabaja “en 23 áreas: tráfico humano, contrabando, copias piratas, criminalidad en internet, secuestros, extorsiones. Con estos delitos hace entre 52 y 55 por ciento de sus ganancias”.
El siglo XXI en el país asiste a un dramático desarrollo de estas empresas informales, como debe considerárselas de acuerdo al propio especialista y a muchos otros. También en términos de violencia. Hasta marzo de 2002 la brutalidad que se relaciona con las mafias tenía su cumbre en quien llamábamos el Mochaorejas por las crueles pruebas de vida entregadas a las familias de sus secuestrados. Entonces se produjeron las primeras decapitaciones. Meses antes, en mayo de 2001 "un comando de hombres armados con AK-47" de madrugada asalta "con tácticas militares a las instalaciones del Palenque de la Exposición Ganadera" el municipio de Nueva Guadalupe, Nuevo León. Nada hasta ese momento en el país se compara a la acción. Los protagonistas son los Talibanes, brazo ejecutor del cartel de Juárez que, conforme a los dichos, va tras jefes de los Zetas, su similar de reciente creación en el cartel del Golfo. De ambos el gobierno niega lo después bien sabido: los formaron ex militares que pertenecían a cuerpos de elite nacidos tras la firma del TLCAN y el levantamiento del EZLN. Proceden en particular del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE), partícipe en la masacre de El Charco, y en cuanto a los Z el paso se dio a través de la agencia en Tamaulipas de la Policía Federal Preventiva, organismo cuyo nacimiento en 1999 trasgredió las bases constitucionales, conforme a expertos en derecho.
Los Guerreros Unidos fueron los culpables en la desaparición de los normalistas, que pasaron a sus manos por obra de las policías municipales de Iguala y Coyuca, es la afirmación oficial tras los hechos de septiembre de 2014. Forman parte de un fenómeno que nuevamente seguimos a través de Hermanos en armas.
En Guerrero hace tiempo la mariguana dejo a la amapola el lugar privilegiado en el cultivo de estupefacientes. Habla Luis Hernández:
En 2011, cinco bandas peleaban el control de la entidad: el cártel del Pacífico; la alianza entre los Beltrán Leyva y Los Zetas (Pacífico Sur), y Los Caballeros Templarios y el cártel del Golfo (que forman Cárteles Unidos).
“Un informe de las Fuerzas Armadas divulgado por Excelsior en septiembre de 2011, dio cuenta como la fragmentación de los cinco grandes cárteles, provocada por la detención o muerte de algunos de sus principales capos, propició el surgimiento de 17 minicarteles que sembraron el terror en la entidad.
“Esos grupos violentos se bautizaron a sí mismos como El Comando del Diablo, El Vengador del Pueblo, La Barredora,
el Cártel Independiente de Acapulco…
“En la entidad, el mapa de la escasez y las necesidades materiales coincide con el de los territorios indios (...) Los nahuas, mixtecos, tlapanecos y amuzgos viven en muy difíciles condiciones. El 60 por ciento de la población indígena es analfabeta. Su índice de escolaridad es de apenas 2.7 años. Poco menos de la mitad de mayores de 15 años carece de ingresos.
“Más del 90 por ciento no tiene drenaje, y sólo el 50 por ciento cuenta con electricidad (...)
“La diáspora criminal precipitó que las regiones indígenas del estado se convirtieran en zona de refugio natural del crimen organizado. De esta manera, además de padecer la violencia contrainsurgente, la de la delincuencia tradicional y la de la pobreza, los indígenas guerrerenses comenzaron a sufrir la del crimen organizado."
Dos meses después del 26-27 en Iguala, al suroeste, en Chilapa, histórico corazón comercial de La Montaña, a treinta y nueve kilómetros de la Normal Rural de Ayotzinapa, los dos grupos criminales que se disputan la zona tienen un enfrentamiento callejero. Los pobladores hablan de sesenta caídos y las cifras oficiales dan cuenta sólo de los once cuerpos sin cabeza que quedan allí. Al poco muere ajusticiada la candidata municipal perredista y luego el priista y las desapariciones se precipitan a la vista del ejército, hasta alcanzar lo menos a treinta personas. 

Está bien establecido el origen de los Guerreros Unidos que se afirma intervinieron en los asesinatos y desapariciones de los normalistas. A la vez hay pruebas irrebatibles sobre los nexos de la esposa del alcalde "igualatense" con el grupo, quizás como directora tras morir sus hermanos, cofundadores de él.
Está bien establecido el origen de los Guerreros Unidos que se afirma intervinieron en los asesinatos y desapariciones del 26-27 de septiembre. A la vez hay pruebas irrebatibles sobre los nexos familiares de la esposa del alcalde "igualatense" con el grupo, quizás como directora tras morir sus hermanos, cofundadores de él.
El 5 de octubre el "procurador de Guerrero informó que, a partir de la declaración de dos presuntos integrantes de Guerreros Unidos (GU) detenidos, policías de Iguala habrían entregado a 17 normalistas al grupo delictivo".
Para ese momento se busca al munícipe, su señora y el secretario de Seguridad Pública local, presumiéndolos responsables intelectuales de los hechos, y el 16 fuerzas federales apresan al hombre considerado como "máximo líder del narcotráfico ligado a la desaparición", Sidronio Cazarrubias, "con uno de sus operadores más cercanos.
El 7 de noviembre Murillo Karam confirma formalmente la hipótesis, apoyado a su decir por las confesiones de tres presuntos GUs, que de paso "dieron detalles sobre el asesinato de estas personas, quienes fueron incineradas y los restos almacenados en bolsas". 
De Julio César Mondragón, ni palabra. ¿Por qué no vincular su caso a los demás, si el supuesto asesino pertenece , presuntamente también, al liderazgo de Guerreros Unidos? El agente municipal, que apresaron el 26 ó 27 de febrero, en mayo queda libre no sabemos por qué cargos imputados. 
Para el director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, como para muchos otros y otras, el caso de Julio César “es clave para el esclarecimiento (...) de todo el expediente, porque podría ayudar a explicar los móviles de los hechos”. 
¿Qué significa su liberación? Uno de los diez puntos en que los padres de los muertos y desaparecidos manifiestan su desaprobación a la "verdad" histórica oficial, dice: "la PGR ni hoy ni en ninguna otra conferencia ha aclarado como explica en su teoría del caso el cruento homicidio de Julio César Mondragón..."
¿Es porque la tortura y asesinato del joven mexiquense dirigen la atención de la más clara manera hacia actores no municipales?
Ciertas declaraciones afirman que Jose Martínez Díaz se hizo acompañar por Guerrero Unidos en la persecución inicial a los normalistas, y así entre los casquillos que la policía municipal se apuró a recoger tras el primer choque, tal vez había algunos de armas no permitidas a los agentes. Según esos u otros testimonios, desde las patrullas se disparaba también contra civiles al paso.
Hemos escuchado a Luis Hernández recoger la barbarie que desde los años noventa atraviesa las regiones indígenas, sin respetar ni a los sacerdotes católicos, que no “pudieron escapar de robos, agresiones y complicidad policíaca con los asaltantes. Mario Campos Hernández, entonces párroco de Santa Cruz del Rincón, en el municipio de Malinaltepec (…) delincuentes lo atacaron a él y a sus acompañantes en un camino (...) La denuncia fue presentada ante el Comisariado Municipal, que lo transfirió al Ministerio Público. Según cuenta Ángeles Gama, después de un tiempo, este MP resolvió que se trataba de ´una banda que atacaba en los caminos´, pero se supo que fue el mismo Comisariado de Santa Cruz del Rincón el que pagó a los ´asaltantes”.
Esta violencia la producían tanto las bandas criminales como la autoridad, en combinación o por separado, y el objetivo no era sólo el robo, el secuestro o la coacción de los giros que se asocian con el crimen organizado, conforme señalan los asaltos al mismo padre Campos.  
En la entrevista de 2002 que citamos antes, Abel Barrera hace un resumen de la coacción y los excesos personales del ejército en La Montaña:
“Los guachos son los militares que llegan al pueblo, que madrean a la gente (...) y que últimamente han violado a varias indígenas” cuyo pretexto desató sin reserva la persecución al Ejército Popular Revolucionario, el Ejército Revolucionario Popular Independiente y sus desprendimientos. La región quedó entonces salpicada por retenes militares. Continúa Abel:
-Es desgraciadamente una historia llena de sangre (...) para los mixtecos, para los nahuas y los tlapanecos (...) Me hace recordar Barrio Nuevo de San José, cómo matan a un campesino y a su hijo, allá en el municipio de Tlacoachistlahuaca. Después de esconderlos, llegan sus mujeres a buscarlos y todavía las violan, y hasta la fecha esa gente esta ahí en esa comunidad.
“En Barranca Bejuco, municipio de Acatepec, llegan los soldados para investigar dónde están los encapuchados, maltratan a los niños y violan a una mujer (...) Este ejército que caminando por las veredas y las carreteras, como de Metlatonoc, embosca a la misma policía porque dice que esos son encapuchados.”
En las ciudades y con el desbordamiento de los carteles el panorama es similar. En la propia Iguala, el primero de marzo del 2010, cerca de las 10:30 de la noche seis jóvenes son “secuestrados por militares afuera de un club nocturno”, según prueban “grabaciones de cámaras de seguridad”. Jamás volvió a saberse de ellos.    
Los treinta y ocho cuerpos en fosas comunes y los del río Papayo, que la PGR dice alcanzan a cuarenta y tres y pueden ser menos o más, exhiben el nivel de violencia de la zona.

Incluso así, lo sucedido en esa ciudad a partir de las ocho pm en que José Martínez Díaz y los suyos persiguen a los normalistas de tres autobuses por la avenida central y en dirección al centro, rebasa todo precedente. Lo hace aunque no se produjeran las muertes y desapariciones.
La mínima mesura queda a un lado, con obvia conciencia de que el Centro de Monitoreo registra los actos y en consecuencia todos los niveles gubernamentales y policiacos y las fuerzas militares están informados. Lo están también los medios de comunicación en la localidad, tradicionales y alternativos. ¿Repentinamente?, pregunta el sentido común, a quien por fuerza se le viene el recuerdo de que desde cinco días atrás la Policía Federal, cuando menos, debe prever la toma de camiones por los estudiantes en un centro urbano no muy lejos de Ayotzinapa.    
CONTINÚA: 
INFORME DE LA COMVERDAD GUERRERO Y LA LARGA GUERRA SUCIA.
LIGA CON "MODELO GUERRERO"

sábado, 30 de mayo de 2015

Capítulo II

En 2002 se entrevista a Carlos Montemayor, autor de La guerra en el paraíso, la extraordinaria novela testimonial sobre la guerra sucia en Guerrero.
-¿Estamos hablando de un fenómeno de colombianización de la entidad?
-No, todo lo contrario. La colombianización ocurre primero porque no había un gobierno central eficiente ni aceptado en Colombia. Segundo, porque hay un dominio territorial total de las guerrillas. Tercero, porque es imposible para fuerzas policiacas y militares oponerse tanto a los grupos guerrilleros como a los clubes de delincuentes armados que constituyen las fuerzas paramilitares colombianas.
“Esto no ocurre en México ni hay manera de establecer paralelos con Colombia. Lo que estamos es ante el caso típico que debemos llamar estado de Guerrero.
Desde entonces el país sufrió un avance brutal del crimen organizado y de la violencia vinculada a él, entre otras cosas por medio de la guerra que en su contra o con su pretexto desata el gobierno de Felipe Calderón. El presidente Enrique Peña Nieto promete después reducir dramáticamente el fenómeno, y en 2015 los números lo contradicen.
En febrero de ese año la maestría en Periodismo y Asuntos Públicos del CIDE y la revista Proceso dan a conocer el resultado de una amplia investigación sobre el tema.Durante los primeros 22 meses del sexenio de Enrique Peña Nieto desaparecieron o se extraviaron 9 mil 384 personas, lo que equivale a 40% de los 23 mil 272 casos de desaparición oficialmente registrados entre enero de 2007 y octubre de 2014. Es decir, cuatro de cada 10 desapariciones en los últimos siete años ocurrieron durante los dos primeros de la actual administración.”
En el fenómeno participan todos los niveles policiacos y las fuerzas armadas del país, como desde 2010 advierte Human Rights Watch (HRW), el gran organismo internacional de derechos humanos, al referirse a las detenciones ilegales que inundan el país. Lo hacen con ‘‘tolerancia, indiferencia o complicidad’’ por parte de algunos médicos, defensores públicos, fiscales y jueces , agrega en 2015 el relator especial de Naciones Unidas.
¿El modelo Guerrero del cual hablaba Carlos Montemayor se extendió entonces ya al conjunto de México? Sí y no, pues la entidad sureña tiene un rasgo propio observado por la Comisión de la Verdad guerrerense.
CONTINÚA 

 

miércoles, 27 de mayo de 2015

Testimonio del horror

Pocos supervivientes hacen un relato hilado de los hechos de principio a fin.
"Son casi las nueve de la noche; vengo con varios compañeros y casi hermanos en este pinche autobús que sólo resiste la velocidad; el peso de tantos que venimos aquí sentados, acostados en el piso, o corriendo queriendo bajar de volada. Intento varias veces tomar mi celular y llamar. No puedo, la verdad no es sólo la mano lo que me está temblando. Es miedo y se siente por todo el cuerpo, y hasta fuera del cuerpo.
"Los disparos están cesando; escucho que muchos se bajan de mi autobús. Me bajo también. Hablamos apresuradamente. Veo mucha sangre y vidrios rotos. Escucho las voces de todos pero un zumbido en mis oídos no me deja entender. Estoy asustado. Ahora sí puedo tomar el teléfono y miro la hora; son las nueve y treinta y siete de la noche. Entra una llamada, le contesto y apresuradamente le explico lo qué pasó. Me dice que ya vienen por nosotros, que vienen en las urvan. Que aguantemos. Que no tardan ya en llegar por nosotros. No me emociona eso porque yo ya no quiero estar aquí. Cuelgo, le llamo a mi novia, le cuento brevemente que nos atacaron a balazos los policías, no quiero ser héroe pero su preocupación me da fuerza. La amo más que nada en el mundo. "Me despido prometiéndole que me voy a cuidar. Camino más repuesto, con miedo pero repuesto. Todos discutimos para ver qué hacer.
"Unos le llaman a las ambulancias, otros a la prensa; otros y yo nos pusimos a juntar piedritas para ponerlas alrededor de las balas. No entendía eso de ser tan amigos y hermanos; ese día lo entendí. Estábamos justo ahí apoyándonos, ayudándonos, protegiéndonos como si fuéramos hermanos de sangre, de toda la vida. Cuando te encuentras con un grupo de personas que tenemos cosas en común te vuelves sin buscarlo en hermano del otro. Sé que me entienden. Ellos son por eso mis hermanos.
"Y empezó a llegar la prensa, también los que salieron de Ayotzi y vinieron por nosotros. Lo que era miedo se comienza a volver enojo. Tal vez me estoy enojando porque ya hay gente que vino a ver con sus cámaras. Pero sigo poniendo piedras alrededor de una bala.
"Un zumbido vuelve a dejarme sordo momentáneamente. Alcancé a mirar un destello, una chispa. Por reflejo me tiro al suelo y ruedo hasta la banqueta. Atrás de mi esta una bodega aurrera. Frente a mi, el autobús que venía yo ya destrozado. Todos corren. Ahora recuerdo que también los reporteros gritan "soy prensa" y logran correr para otro lado. Quiero gritar "soy prensa" pero tal vez porque no soy, no grito. Sólo grito: "somos estudiantes, no traemos armas". Muchos gritan lo mismo. Parece consigna ya. Veo botas y rodilleras; alcanzo a levantar la mirada y en la oscuridad de la lluvia veo cascos, coderas, chispas y ese maldito zumbido que hacen las balas al salir disparadas. Vuelve el maldito miedo. Le prometí a mi novia "llegar bien y regresar bien". No me muevo.
"Pienso en mi mamá. Pienso y lloro por y con ella. Veo luces cerquita de mis ojos que están pegados al piso. Son balas que hacen fricción en el suelo. La fricción, ese fue un tema que expuse en la secundaría. Lo que no sabía es que a mayor fuerza y velocidad, la fricción sí puede sacar chispas en el asfalto mojado. Ojalá pueda un día volver a exponer ante grupo y me vuelva a tocar hablar de la fricción. A mis alumnos creo que no les hablaré de esto. Les contaré cuentos donde la policía no exista. No sé por qué estoy diciendo estás cosas, sé que es involuntario y es parte de eso que dicen "ver mi vida en segundos".
"La balacera bajó de intensidad. Aún miro correr compañeros para atrás; los reconozco. Los huaraches son como nuestros pies bien vestidos en la comodidad. Decido que ya es el momento de salir y correr para donde están corriendo todos. Me levanto, corro y tres policías se paran frente a mi. Uno de ellos, el gordito de bigote me golpea con la parte trasera de una metralleta grande y negra.
"No recuerdo nada. Mi boca esta hinchada, mi nariz sangra. Somos como diez. La luz nos da en la cara. El agua corre por mi cara y la confundo con mí sangre. Hay como doce policías que nos gritan. Los camiones están de mi lado izquierdo. ¿Cuánto llevan encendidos? No sé, no sé nada de tiempo y espacio. A mi lado derecho está Shagy, luego Komander, no alcanzo a ver quiénes más estamos pegados a la cortina o la pared porque el agua arrecia, pero cuando veo hacia las patrullas alcanzo a ver dos compañeros tirados boca abajo. Sale sangre de sus cabezas, eso creo. No alcanzo a ver por más que cierro los ojos para afocar. Mientras intento identificar a mis compañeros del suelo, me van llegando gritos de dolor, muchos gritos. No entiendo nada. No puedo ver bien pero sí escuchar bien, pero no entiendo. Un policía me ordena que ponga mis manos al frente, no le entiendo aunque sí lo escucho. Me pega en el rostro, se me figura que mi cara ya no es mi cara. Me vuelve a ordenar que ponga mis manos al frente. Las pongo. Un dolor que nace de mi mano se esparce por mis brazos, mis piernas, las muelas, la cabeza. Es un dolor frío, metálicamente frío, congelado. Mi cabeza se inclina al suelo, mis ojos cerrados mitigan el dolor. Pienso ya en mi padre, mucho pienso en él. Le pido a Dios que me deje verlo a él y a mi madre. Los amo a los dos. Los necesito justo ahorita.
"Komander le dice a Shagy ´ya no va haber dedo que nos señale´. Los tres nos reímos. ¿De dónde salen las bromas ahorita? del miedo, de las ganas de vivir y nuestros ya recuerdos. No importa que los recuerdos sean de hace tres o seis horas. Komander sabe de buen humor hasta en estos momentos. Nos vuelven a golpear, claro. Entre la risa y el dolor mi mirada observa en el suelo al menos seis dedos ahí. El dolor es intenso. Comprendo de dónde venían los gritos de dolor; ya sé qué fue lo que me dolió tanto. Intento mover mi dedo y no siento ya dolor ni dedo.
"Nos jalan, nos quitan de aquella pared y cortina blanca. Yo me resisto y recibo un golpe en la cabeza.
"No sé dónde estoy. No sé cómo estoy. Lo que sé es que amo mi vida, a mi mamá, a mi papá, a mis hermanas y a mi novia. No sé dónde estoy, no sé cómo estoy. Lo que sé, es que me están buscando y están buscando a los 43 que estamos aquí, sin saber que es ´aquí".
"Haremos lo que sea para encontrar a nuestras 43 familias. No desesperen. No se sientan mal, si nosotros seguimos en pie es por el amor a ustedes. Amor a mis hermanos. A mi Normal."


Normal Rural Ayotzinapa

lunes, 25 de mayo de 2015

Las vidas personales

Si en cuanto a casos jurídicos el de Julio César Mondragón y sus cuatro compañeros muertos o heridos de gravedad quedan ocultos, más se pierden las historias personales de los desaparecidos, que tienden a convertirse en un número, una fotografía, un nombre dicho al paso. Los periodistas realmente comprometidos con su oficio hacen un esfuerzo para que no sea así y quizá nadie lo logra mejor que Tryno Maldonado, el escritor en capacidad de dedicar mayor tiempo al tema.
Ellos y ellas como conjunto, consiguen lo antes imposible con las víctimas del Estado, pues era casi norma reivindicar sólo las vidas, su día a día, de los políticamente más destacados. Se hizo así excepto tal vez con quienes por mucho tiempo no existieron de hecho: los muertos y extraviados por la primera guerra sucia, que afectó sobre todo al propio estado de Guerrero. Pero fue largos años después de los hechos y no como ahora, apenas transcurrida la tragedia. Se debe, creo, a que lo sucedido entre el 26 y 27 de septiembre significa el principio del camino sin retorno, en la práctica iniciado décadas atrás y hoy en plena desnudez.
Para efectos de este libro debemos comenzar la reivindicación personal con un fragmento del trabajo de El Verde, el Chilango, el Julión… los rostros de Ayotzinapa, de Tryno:
El Verde tiene 19 años. Es hijo de campesinos.  Es alumno de primer grado de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos.  El apodo se lo ganó durante la semana de inducción. Prácticamente todas las playeras que usa son de ese color.
El dormitorio de la sección G era conocido por su camaradería y buen ambiente. Sin embargo, desde el pasado 26 de septiembre en que el Estado asesinó y desapareció a más de cuatro decenas de sus compañeros normalistas, el dormitorio de el  Verde es uno de los más obscuros y vacíos de la Normal.  La zona de la escuela donde se ubica es conocida como “las cavernas”.  El Verde es el único sobreviviente.  Hasta la fecha, espera el regreso de sus compañeros desaparecidos: Miguel Ángel Hernández Martínez el Migue; José Eduardo Bartolo Tlatempa, Bobi; Israel Jacinto Lugardo, El Chuckito; Christian Alfonso Rodríguez, Hugo; Julio César López Patolzin, Julión; Jonás Trujillo González, Beni y Julio César Mondragón, El Chilango.
(…)
“El Verde tiene un rostro melancólico.  Nariz afilada y labios gruesos por los años de práctica con la embocadura de la corneta en las bandas de guerra.  Es difícil adivinar si eso que ha vivido en los últimos meses es lo que le ha conferido un acento de dureza a sus rasgos casi infantiles.  Pero su mirada se vuelve tímida y esquiva cunado habla de sus amigos desaparecidos.
“El Verde suele contar que su sección era la más unida. Cuando alguno de ellos tenía un poco de dinero para comprar algo de alimento, por ejemplo, ese día ninguno de los ocho se quedaba sin comer.
“Para Levinás, la relación entre los seres humanos ocurre a través del rostro del otro: una construcción, una máscara. La expresión se desvanece.  Pero no sucede así con los rostros de los desaparecidos.  Los rostros de los desaparecidos son un vacío en la realidad. Un duelo suspendido que jamás llega y se vuelve intolerable.
Cunado la sección G se dividió en grupos durante el primer y único día de clases -26 de septiembre del año pasado- la mayoría de los estudiantes postuló a Julio César Mondragón, El Chilango como jefe de grupo. Hubo votación.  Se escucharon afirmaciones e incluso aplausos en el salón de clases.  Sin embargo Julio César declinó el cargo.  Se pudo de pie y las cabezas rapadas de los muchachos se alzaron para mirarlo desde sus 1.70 metros de estatura.  Julio César, serio e introvertido como era, pero visiblemente conmovido por el gesto de sus compañeros, empleó las palabras más sinceras que pudo encontrar: les dijo que no era buena idea. “Ustedes saben, paisas, que a los chilangos no nos quieren por acá. Lo mejor es que alguien más se haga cargo del grupo”.  El Verde y el resto de sus compañeros lo miraron sin parpadear y enseguida intercambiaron miradas entre ellos. Hubo un silencio nervioso y enseguida un cichicheo.
“La decisión de Julio César obedecía a su experiencia como normalista durante dos años en la normal rural de Tenería, en el Estado de México, a escasos cinco kilómetros de su casa.  Sabía que las responsabilidades que ser jefe de grupo le iba a acarrear, cuando lo más que le preocupaba era su hija Melisa, recién nacida.  Ella fue el motivo de su ingreso en la normal de Ayotzinapa.  Si asumía el cargo de jefe de grupo, era muy probable que Julio César tuviera que pedir permiso para ir a visitar a su hija y a su esposa, Marisa, de 24 años, como sí había hecho durante la semana de guardia.  Así que El Chiquis, otro compañero de grupo, tomó su lugar.
“Muchas veces, durante los tiempos libres, El Verde y otros compañeros veían a Julio César pasar horas concentrado en una libreta. No era de los que ponían música a alto volumen en su celular, sino que se colocaba los audífonos y se desconectaba por horas sin molestar a nadie. Era de los pocos de la normal que no oía banda, prefería el hip hop. A Julio César le gustaba también hacer dibujos con una pluma a todas horas.
“En una ocasión, El Haus -un alumno de primer grado de un dormitorio vecino a donde Julio César solía irse a tomar una siesta, por las tardes, cuando el suyo estaba lleno-, entró sin hacer ruido y lo descubrió dormido y con una libreta de dibujos abierta sobre su pecho. A lo que Julio César dedicaba tanto tiempo en los ratos libres-tal como supo El Haus ese día-, era a esbozar rostros. No eran retratos en forma, sino rostros bien trazados pero apenas esbozados. Ojos, labios, bocas… casi siempre de mujeres. La mayor parte de esos rostros estaban incompletos. Frases sueltas. Incluso cartas. Dibujos y escritos hechos hasta en las noches de círculos de estudio.
“Durante las noches, El Chilango solía oír música en su celular antes de dormir. Cártel de Santa sobre todo. Pero también Dharius. Cuando otro estudiante, llamado Chessman -acostado en en una colchoneta contigua sobre el mismo piso frío y también fan del hip hop-, escuchaba las primeras notas de Qué buen fiestón, una de las favoritas de El Chilango en esa época, él sonreía, de despejaba de la modorra y comenzaba a tararearla también. Primero por lo bajo y, al final, a coro y en voz alta con el resto de los siete muchachos hijos de campesinos, extenuados por la dura semana de prueba, sus cuerpos apretados unos contra otros en el minúsculo dormitorio de tres por tres, molidos por el cansancio, pero unidos y felices como uno solo en la noche, cantando a una voz.
“Qué buen ambiente se siente/ Cuando estoy con mi gente/ Pisteado, olvidando todas las penas de la vida/ Brindando por las cosas chidas/ ¡Qué buen fiestón!/ Ando prendido machín/ Ando prendido machín/ ¡Qué buen fiestón!
#Sólo entonces El Chilango sonreía por unos minutos y así con una sonrisa, era que se quedaba dormido.
“Haus no puede evitar traer ahora a la mente el hallazgo de la pequeña libreta de dibujo y el recuerdo del rostro de unos de sus mejores amigos en la normal, Julio César, a quien le arrancaron el rostro con vida la madrugada del 27 de septiembre…”
-0-
CONTINÚA 

viernes, 22 de mayo de 2015

Sangre y abuso sin parar

Sayuri tiene que formar su propio equipo para seguir el caso de Julio César. Y es que las y los defensores de derechos humanos están desbordados por el caso Ayotzinapa y los miles acumulados sin parar en el país.  
En diciembre de 2012 el diario estadounidense The Washington Post publicó información de “documentos oficiales de la Procuraduría General de la República nunca antes revelados”, que enlistaban a “más de 25 mil personas adultas y menores de edad registrados como desaparecidos durante el sexenio de Felipe Calderón”. En paralelo las organizaciones no gubernamentales dan números superiores: “cerca de 300 mil desaparecidos y 90 mil muertos”, afirma una prestigiada.
La prensa internacional las avala a su manera. Poco antes de los acontecimientos en Iguala, el semanario inglés The Economist pregunta asombrado “¿De dónde sale la cifra de desaparecidos?” que maneja el gobierno mexicano.
La administración de Enrique Peña Nieto (EPN) asegura que los índices bajaron y muchas fuentes confiables lo rebate. En febrero de 2015 la maestría en Periodismo y Asuntos Públicos del CIDE y la revista Proceso ofrece los resultados de una investigación realizada con los auspicios de la Fundación Omidyar Network: “Con Peña Nieto, 13 desaparecidos al día […] Uno cada hora con 52 minutos. Y 40% de ellos son jóvenes de entre 15 y 29 años […] Durante los primeros 22 meses del sexenio de Enrique Peña Nieto desaparecieron o se extraviaron 9 mil 384 personas, lo que equivale a 40% de los 23 mil 272 casos de desaparición oficialmente registrados entre enero de 2007 y octubre de 2014. Es decir, cuatro de cada 10 desapariciones en los últimos siete años ocurrieron durante los dos primeros de la actual administración”.
“Siria, Irak y México, los países con más muertes por conflictos armados”, dice en 2015 el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres. Guerra… ¿de quién contra quién?
Junto a las y los defensores humanos, el periodismo independiente no se da abasto cubriendo los excesos de la autoridad en la “guerra contra los carteles”, los feminicidios de progresivo aumento, particularmente en el estado de México desde que lo gobernó el mismo primer mandatario actual de la nación; los secuestros, la trata de personas, la pederastia, la criminalización generalizada de la protesta social…
En otro lado hablamos de las masacres de Tlataya y Apatzingan, cometidas por las fuerzas públicas después de Ayotzinapa. Por eso asumo la responsabilidad de hacer un libro en cinco semanas y la Brigada para leer en libertad se compromete a tenerlo impreso antes de que Sayuri y la familia de Julio presenten el caso en el Día Internacional de las Naciones Unidas en Apoyo de las Víctimas de la Tortura.
Hacerlo, aclaro, pues lo escribo sólo en parte, y de ahí que a veces hable en plural. Pedí permiso a las y los autores de textos completos o fragmentarios que empleo, y sin variar encontré buena respuesta y sugerencias para sacar el mejor partido posible a ellos o a otros propuestos en substitución de los originarios. 
Finalmente rogué a Arturo Cano, el muy especial reportero de La Jornada, que hiciera la revisión posible. De esa manera nos comprometíamos todas y todos con el caso -y no desde luego con el resultado del libro, responsabilidad por entero mía. 
Todavía el 22 de mayo Sayuri batallaba en el juzgado para que le entregaran copia del expediente solicitado mucho antes. 
Estas explicaciones no tratan de eximirnos de nada. Muestran otra forma de obstrucción de la justicia. 
El caso Mondragón Fontes se vuelve escurridizo en cuatro causas penales del municipio de Iguala y la federal que de conjunto hace la PGR, quien ensordece al pedírsele atraer la investigación, sustrayéndola del fuero común donde, como los cuarenta y dos jóvenes todavía sin dato algunos sobre su paradero, desaparece en tanto lo que es: xxxx xxxxx


  revisa Sin la internet sería imposible, dada las prisas
CONTINÚA



Más Hermanos en armas. Michoacán y el contexto nacional

El 22 de mayo de este 2015 la prensa informa de un enfrentamiento entre en Tanhuato, Michoacán, entre policías y civiles, que deja treinta y nueve muertos o más. La población queda en la zona de influencia del cartel cuya violenta, reciente reacción tuvo como centro otras entidades y por razones en principio y sólo en principio distinta a la guerra civil de facto que vive la entidad michoacana desde unos años atrás.
Abiertamente relacionada con ella está a cambio la masacre en Apatzingán, en ese mismo estado, el 20 de abril anterior, que según Laura Castellanos, una reportera muy bien documentada, representa un crimen de lesa humanidad.
Hermanos en armas, el trabajo de Luis Hernández N. que ya citamos, se concentra sobre todo en Michoacán, relacionandolo con Guerrero y otras partes del país. A mediado de 2014 resumía así el panorama:
Michoacán está en llamas, pero por optimismo gubernamental no queda. Desde que las autodefensas se levantaron en armas el 24 de febrero de 2014, las autoridades gubernamentales desestiman la dimensión del asunto, y ensalzan los éxitos de sus estrategias. 
A pesar de que los combates continúan y los narcos siguen en lo suyo, el comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral de aquel estado, Alfredo Castillo Cervantes aseguró el sábado 10 de mayo de 2014 que el proceso de desarme, registro y desmovilización de los grupos de autodefensa en Michoacán “avanzó de forma exitosa”.
No hay novedad en sus declaraciones. Independientemente de lo sucedido en los campos de batalla, vez tras vez ha dicho lo mismo. A los pocos días de ocupar el cargo, empeñado en minimizar el conflicto y ensalzar la estrategia oficial, declaró que el avance de las fuerzas federales en Tierra Caliente había sido “menos complejo de lo que esperaban”.
No fue el único funcionario en usar ese tono optimista para referirse a lo sucedido en Michoacán. En enero de 2014, Monte Alejandro Rubido, entonces vocero de la Comisión para la Seguridad y Desarrollo Integral, seguró
que el eficaz despliegue de las fuerzas federales y la sustitución de los policías de 27 municipios generó que el margen
de maniobra de los grupos delincuenciales esté prácticamente reducido a cero.
Palabras parecidas se han escuchado desde comienzos de 2007, cuando Felipe Calderón decretó la guerra contra el narcotráfico en Apatzingán. Y se repitieron durante las dos ofensivas gubernamentales anteriores. Hoy sabemos que eran mentira, meras ráfagas de saliva y papel en la batalla por la opinión pública. Sus estrategias fueron un fracaso. Los malosos conservan el control del territorio, hicieron crecer sus negocios y ampliaron su influencia en todos los ámbitos de la sociedad y el poder del estado.
En los hechos, dígase lo que se diga, en Michoacán hay una guerra que no ha terminado. Dos bandos armados combaten, tienen bajas, disputan un territorio, realizan acciones de sabotaje, cobran rentas. Utilizan armas de alto poder de uso exclusivo del Ejército, vehículos blindados y sistemas de información sofisticados. Cuentan con base social.
La guerra que libran es inusual. No es una guerra civil pero los ejércitos que pelean están formados y conducidos por civiles. En los hechos, cuestionan el monopolio de la violencia legítima por parte del Estado. Mientras ellos echan bala, en el campo de batalla coexisten con policías federales, estatales y municipales, y con el Ejército. Ambos bandos aseguran que, en distintos momentos, una u otra de las fuerzas del orden han apoyado a sus rivales.
Como en todas las guerras, en ésta la primera baja ha sido la verdad. Las versiones sobre lo que acontece se suceden unas a otras. Las palabras de unos son contradichas por las de otros. Los distintos relatos se contraponen y se desmienten.
Hay una guerra, aunque Hipólito Mora, fundador y una de las principales figuras de las autodefensas, le llame de otra manera. No —le dijo a Milenio— no es guerra. Nos estamos defendiendo. Nada más. No atacamos a nadie. Nosalimos a buscarlos a ellos. Estamos nada más cuidando el pueblo para que no entren. No estamos en guerra, nada más defendiéndonos…Tenemos que defendernos. Si llega alguien no me voy a dejar o me voy a cruzar de brazos. Tengo que hacer mi deber que esdefenderme.”
¿Por qué se pone en duda el optimismo gubernamental?
Por el enraizamiento del fenómeno del narcotráfico en la vida del estado. Los templarios se abrieron paso en la sociedad michoacana como grupo justiciero local de autodefensa para enfrentar la barbaridad de otros cárteles.
Desde allí, tejieron una imbricada malla de relaciones con la economía, la política, la justicia, los aparatos de seguridad estatales y la sociedad. Esa red les proporcionó simultáneamente una base social real y una enorme masa de damnificados que los odia y teme.
Los centros geográficos clave de la actual disputa son la Tierra Caliente michoacana, el puerto de Lázaro Cárdenas y la escarpada Sierra Madre del Sur que separa una ciudad de otra. Apatzingán y su valle son el epicentro de la vida económica y política calentana. Allí se concentran las sedes de las instituciones y los poderes formales. También está la 43 Zona Militar, que tan poco eficaz fue en el combate al narcotráfico. Los Caballeros Templarios establecieron en esa ciudad una especie de centro financiero, desde el cual controlaban la recaudación de los demás municipios. Su cuartel general se encontraba en Tumbiscatio.
(...)
CONTINÚA

Capítulo I

I
Al amanecer del infierno que fueron las calles de Iguala, Guerrero, durante las sombras entre el 26 y 27 de septiembre, aparecen los restos, pues eso son y no el cuerpo sin vida, de Julio César Mondragón Fontes. Aparecen no se sabe bien a bien dónde, pues algunos frecuentes señalan cierta esquina sobre el Periférico, una anónima cruz indicará luego que estaba en un terregal a dos cuadras y tal vez nadie constató en verdad el hecho.
Hay incontables cosas así en la versión oficial de los hechos todos, dos o más veces corregida, y en la imaginación a la que obliga o permite. Cuando el 4 de octubre la Procuraduría General de Justicia del país atrae la investigación de los cuarenta y tres estudiantes de Ayotnizapa que desaparecieron durante la jornada, sentencia en la práctica la de Julio César y sus cuatro compañeros caídos, dos de ellos muertos y uno más con lesiones que lo condenan a vivir en estado vegetativo. Los cinco casos inician el camino a un mayor o menos ostracismo.
Al Chilango, como sus condiscípulos llamaban a Julio, la cruel tortura en vida, que muy probablemente fue el motivo del fallecimiento, y la fotografía de su cadáver sin piel ni ojos circulando por el mundo entero, lo salvan del completo silencio. Lo hacen a pesar de los cuatro procesos penales distintos en un juzgado del fuero común, cuyo objeto, aparentemente, es borrar las huellas del o los responsables.
Ocho meses después, el 25 de mayo de 2015, Sayuri Herrera, la defensora de derechos humanos que apoya legalmente a la familia Mondragón Fontes, batalla para obtener los expedientes de los cuatro juicios. Lo hace en Iguala y no ante la Procuraduría General de Justicia (PGR) de la nación, que se niega a atraer el proceso de Julio y el de otros cuatro muchachos asesinados o heridos, mientras sostiene su absurda versión sobre las desapariciones, culpando a policías municipales y miembros de una mafia del crimen organizado, que asegura incineraron los cuerpos al aire libre para echarlos luego en fosas comunes.
Ante la imposibilidad de encontrar justicia en el país, como organizaciones internacionales advierten al gobierno de Enrique Peña Nieto, Sayuri y los familiares de Julio César presentarán su caso durante el Día Internacional en Apoyo de las Víctimas de la Tortura, que convoca la Organización de Naciones Unidas (ONU), el 26 de junio.
-0-
Hacia las nueve y media de la mañana del día 27, la entrega al Servicio Médico Forense (Semefo) de los restos de Julio es el último evento que se conoce en la serie iniciada a las ocho de la noche en la Central Camionera de Iguala. Sabemos que los normalistas se separaron en dos grupos de autobuses. Que a uno de éstos lo persiguieron a balazos los municipales por la avenida Juan N. Álvarez, hasta el centro de Iguala, donde intentaron inútilmente detenerlo, dejando herido en la cabeza a Aldo Gutiérrez Solano, mientras recogían los casquillos percutidos. Que los muchachos en esos camiones pidieron ayuda a sus compañeros y a la Ceteg, dirigiéndose hacia el Periférico norte de la ciudad, donde reunidos con los demás informarían a la prensa. Que las y los periodistas llegaron y tras ellos la fuerza pública en un amasijo inexplicable, pues su primera línea la formaban hombres de negro encapuchados y la segunda era de patrullas. Que en dos momentos desde el frente y el borde exterior del Periférico se desató una brutal lluvia de disparos lanzada por armas largas y murieron Yosivany Guerrero y Daniel Solís Gallardo y Edgar André Vargas fue alcanzado en la boca, en el intento de escapar, y más allá los militares les hicieron el alto.
Lo sabemos ahora, tras el testimonio de los supervivientes, pues los diarios dieron un breve resumen. Ni una palabra sobre desaparecidos entonces, pues se pensaba que todos los estudiantes de quienes no había noticia marcharon a sus casas, al monte, adonde sintieran resguardo.
No imagino bien el ambiente de la ciudad después de actos sin paralelo en su historia desde la posrevolución, a pesar de que está muy acostumbrada a la violencia.
Los antecedentes inmediatos dieron comienzo el día 23, cuando los estudiantes fracasaron en el intento de completar la cantidad de autobuses que se requerían para el traslado de todos al Distrito Federal, donde con otras quince normales rurales participarían en la marcha del jueves de corpus, el 2 de octubre de 1971.
El fracaso fue en la ciudad de Chilpancingo, capital del estado, que habitualmente se emplea para botear y tomar camiones, por reacción a las agresiones que sufre la Raúl Isidro Bustos, como se llama la Normal de Ayotzinapa, establecida en el municipio de Tixtla.
Un operativo de la Policía Federal cerró el paso a los a los estudiantes ese día 23, y por ello y por el constante patrujalle policial a continuación, el 25 los jóvenes eligieron otro punto, Huitzuco, a dos horas y media de Tixtla. Pudiendo hacerse sólo de otro par de unidades, el 26 no les quedó más que acudir al único otro centro urbano de la zona, Iguala, a dos horas de distancia.
Me detengo. No puede evitarse la suspicacia: si las autoridades del estado y la federación tienen conocimiento de lo planeado por los normalistas, ¿olvidan calcular la redirección de las actividades?; ¿no tienen protocolos para casos así? Se me viene a la cabeza esto y lo otro sobre los movimientos policiacos el 26-27 y lo que pareciera producto del azar ya no lo es tanto. Divago, nada más. A eso nos fuerzan la PGR al obcecarse con una “verdad histórica” que rechazan los expertos de Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Human Rigths Watch (HRW), otro organismo internacional, y el veedor de la ONU.
Otras muchas cosas avalan sobradamente mis dudas, comenzando por las conclusiones de la Comisión de la Verdad guerrerense, que al investigar el primer periodo de la guerra sucia tiene claro: desde fines de los años 1960 el Estado decidió que la política para la entidad debía pasar por las fuerzas armadas.
Las preguntas se sustentan también en muy profesionales estudios sobre diversas materias:
1.La ofensiva que a partir de 1997, cuando menos y de abierta manera, consecutivos gobiernos de la nación desataron contra las normales rurales, con el fin de desaparecerlas, respondiendo a un modelo mundial.
2.La represión económica y física que en lo particular se desata sobre la Raúl Isidro Bustos desde Xxxx xxx, y que tan cerca como 2011 dejó dos jóvenes asesinados.
3.El crecimiento de la violencia en el país al llegar la presidencia de EPN, a pesar de las promesas de campaña, que se maquilla con números cuya veracidad han hecho polvo la prensa independiente y la documentación confidencial de agencias estadounidenses.
4.Las investigaciones de académicos y periodistas sobre la historia y el presente de Guerrero, que revelan una madeja en la cual participa el crimen organizado, los caciques locales, las fuerzas públicas e intereses privados.
5. Los trabajos de expertos que revisan la evolución de la tortura y de los torturadores en América Latina en su conjunto, quienes ven allí una práctica no a-social sino demandada por el hipercapitalismo y así ideologizada. 
En ese cúmulo me apoyo al preguntar ahora y más adelante por la muerte o desaparición de Julio César y sus compañeros.
-0-
¿Qué clase de policía, qué clase de persona puede hacer algo así?", dice el propio día 27 un dirigente de la normal de Ayotzinapa, al mirar de nuevo la foto que de Julio César circula ya por todos lados*.
El 28 Marisa y Cuitlahuac, esposa y tío del joven llegan al Servicio Médico Forense (Semefo) de Chilpancingo. “Aguantaron estoicamente el impacto de reconocer un cuerpo tan bárbaramente torturado. Rindieron su declaración ante burócratas deshumanizados. El funcionario insistía en no agregar la observación de los familiares sobre las huellas de tortura. Mientras, otros empleados de la procuraduría estatal platicaban muy a la ligera sobre indemnizaciones. ´Llegaron a insinuar que podíamos pedir hasta tres o cuatro millones de pesos. No hicimos ningún caso. Solo queríamos llevarnos el cuerpo de mi sobrino”.
“Marisa Mendoza y el tío llegaron al Servicio Médico Forense de Chilpancingo el día 28. Aguantaron estoicamente el impacto de reconocer un cuerpo tan bárbaramente torturado. Rindieron su declaración ante burócratas deshumanizados. El funcionario insistía en no agregar la observación de los familiares sobre las huellas de tortura. Mientras, otros empleados de la procuraduría estatal platicaban muy a la ligera sobre indemnizaciones. “Llegaron a insinuar que podíamos pedir hasta tres o cuatro millones de pesos. No hicimos ningún caso. Solo queríamos llevarnos el cuerpo de mi sobrino”.
"¿Está segura que quiere verlo? Tiene que ser muy fuerte", insistían en preguntar los forenses a María. Sólo pudo reconocerlo por la ropa, como antes le sucedió a Lenin, el hermano menor de él: “La noche de la barbarie en Iguala (…) Julio le llamó a Marisa desde un celular prestado, pues había perdido el suyo. Eran las 21.42 pm. Le dijo que los estaban baleando. ´Por eso sabemos que no cayó en el primer ataque sino en el segundo´, afirma uno de sus tíos. En casa de los Mondragón, en Tenancingo, las horas siguientes fueron frenéticas. Cualquier versión que diera por vivo a Julio César era atesorada por la familia; cualquier posibilidad de certeza era puesta en duda. Hasta que el hermano pequeño de Julio llamó aparte al tío mayor. Mire tío, le enseñó la pantalla de su teléfono. Era la horrible fotografía”. 
Uno de sus compañeros recuerda que otro, Juan Ramírez, también alumno de primero, le contó su última conversación con Julio, a quien en la normal llamaban el Chilango, un momento antes del ataque de los encapuchados cubiertos por patrullas: Me comentaba pues que él, al siguiente día, se iba a ir a su casa (…) porque no quería arriesgar su vida. Él decía que pensaba en su familia, pues, en su esposa, su hija. Que es lo que le importaba más.”
Un testimonio recreado reconstruye el ambiente en el momento: “Un zumbido vuelve a dejarme sordo momentáneamente. Alcancé a mirar un destello, una chispa. Por reflejo me tiro al suelo y ruedo hasta la banqueta. Atrás de mi esta una bodega aurrera. Frente a mí, el autobús que venía yo ya destrozado. Todos corren. Ahora recuerdo que también los reporteros gritan ´soy prensa´ y logran correr para otro lado. Quiero gritar ´soy prensa´ pero tal vez porque no soy, no grito. Sólo grito: ´somos estudiantes, no traemos armas´. Muchos gritan lo mismo. “Parece consigna ya. Veo botas y rodilleras; alcanzo a levantar la mirada y en la oscuridad de la lluvia veo cascos, coderas, chispas y ese maldito zumbido que hacen las balas al salir disparadas. Vuelve el maldito miedo. Le prometí a mi novia ´llegar bien y regresar bien´. No me muevo.
“Pienso en mi mamá. Pienso y lloro por y con ella. Veo luces cerquita de mis ojos que están pegados al piso. Son balas que hacen fricción en el suelo.” (2)
Los sicarios han abierto fuego, Julio intenta escapar con un grupo y, de acuerdo a un tercer testigo, a su lado cayó Yosivany Guerrero o Daniel Solís Gallardo, no precisa, y el Chilango siguió su carrera. “Se lo tragó la noche de Iguala”, escribe Arturo Cano, el periodista de La Jornada. 
-0-
El rastro de xxxx, según su familia llama cariñosamente a Julio César, se pierde hacia las doce y media de la madrugada sobre la avenida Juan N. Álvarez, como se llama la principal de la ciudad, en recuerdo de un personaje histórico a quien conozco relativamente bien. Del muchacho y de Iguala, en cambio, sé muy poco, y no puedo reparar mi ignorancia sino gracias a otros, pues el apremio del tiempo es el factor común en el equipo que Sayuri Herrera organiza para ayudarla.
Las y los defensores de derechos humanos en el país están desbordados por miles de casos que acumula este reino de la injusticia. Otro tanto sucede al periodismo independiente familiarizado con los hechos, expuesto también, como aquéllos, a cualquier exceso del poder formal e informal.
No traté antes tampoco con el tipo de tortura a la cual Xxx es sometido tras desaparecer calle abajo y en principio me limito a la vaga información que del tema recogí escribiendo un libro sobre el Guerrero relacionado con la muerte de Digna Ochoa en 2001. En ella recibieron adiestramiento, al parecer, los cuerpos de élite militar creados a partir de 1994, participantes en la masacre de El Charco, y de cuyas filas saldrían quienes fundaron los Zetas y otros brazos ejecutores de los carteles.
¿Me desvío? No, cuando menos enteramente, porque todo se imbrica en este estado y en las horas del horror entre los días 26 y 27 por antonomasia desde ese septiembre de 2014.
Los forenses a quienes entregan el “bulto”, “le apreciaron múltiples contusiones en distintas partes” y determinaron como causa de muerte “un edema cerebral por múltiples fracturas de cráneo producidas por agente contundente”. ¿Por qué lo concluyen? El torso tiene múltiples contusiones y el rostro es el de la foto. ¿No advierten la posibilidad de la muerte por dolor, que profesionales independientes deducirán más tarde atendiendo al charco de sangre en torno a los restos que se retratan sobre la calle, por lo demás poco abundante, sugiriendo así que ese no fue el lugar donde lo torturaron, pues la desollinación rompe vías sanguíneas muy importantes?
Enseguida la fotografía se pone a circularan por el país y el resto del mundo. Nadie precisa su origen. ¿Quién la tomó? ¿Un ciudadano que quiere permanecer anónimo y lo habría encontrado antes que los soldados, en el punto señalado por éstos, muy cerca de donde se produjo el último encuentro de la jornada, durante la cual los normalista recibieron la lluvia de disparos lanzados por hombres (¿ninguna mujer?) con trajes negro y capuchas, que respaldaban las fuerza públicas y no pudieron pertenecer a Guerreros Unidos, considerando las afirmaciones de la PGR después? El joven padre corrió “hacia abajo”, hacia el interior de la ciudad, y los uniformados afirman que “el bulto” estaba sobre el Periférico mismo y en sentido opuesto a la carrera de Julio entre sus compañeros.
El paquete de dudas se lo aventarán a un policía municipal, responsable único de la obra, conforme a la Procuraduría.
"La práctica de la tortura y el maltrato, usado como castigo y como medio de investigación está generalizada –dice Juan Méndez, relator de la ONU en México-. Esta práctica se produce por varios factores. En la ley por una ausencia de definición de tortura. Y en la práctica por la costumbre de detener para investigar en lugar de investigar para detener.”
¿Qué información pudieron buscar el o los torturadores o torturadoras –especificar los género viene a cuento en casos como los de Iguala, cuyos hechos mayores permanecen en la oscuridad? Ninguna, a primera y segunda vista. ¿Se trata entonces de un castigo o un mensaje?, rasgo característico éste de la tortura exhibida, expuesta a la sociedad? 
El relator de Naciones Unidas, una verdadera eminencia en el tema, entrega después un diagnóstico sobre el juicio de la Procuraduría y al referirse a la tortura entiende a la perfección el contexto en que lo hace. Su informe coincide con observaciones previas de varios organismos internacionales: la tortura en México está generalizada y participan en ella toda clase de fuerzas policiales y ministeriales, el ejército y la armada, que gozan de la ‘‘tolerancia, indiferencia o complicidad’’ de algunos médicos, defensores públicos, fiscales y jueces.
Este jurista argentino se inició como defensor de derechos humanos en su país tras la dictadura militar, y como uno de los mayores expertos mundiales sobre genocidio conoce a la perfección la realidad latinoamericana. La desollinación, sabe, es un método extremo de violencia, que precisa una destreza y una mentalidad producto de largo adiestramiento, y su práctica, condiciones físicas y herramientas muy especiales.
"La tortura no lleva ningún mensaje; por sí misma se convirtió en uno", escribe un periodista polaco refiriéndose a los Estados Unidos a partir sobre todo de la "lucha contra el terrorismo". Y de paso aclara que si en nuestro subcontinente torturar fue siempre un mecanismo del poder, antes se mantenía en secreto y durante los últimos tiempos hacen gala de él.
Cuando uno o más deciden dejar sin piel ni ojos la cara de Julio César, seguramente tienen considerado dónde mostrarán la obra, para que su efecto sea el que debe. 
La PGR debilita el mensaje al acusar a un policía municipal que actuaría además por iniciativa propia, en un rapto de monstruosa ira. ¿Sí? ¿No tiene clara conciencia de que nadie le creerá, mientras en México y la sociedad internacional queda impresa para siempre la imagen de los restos?
Lejos de desdibujar la esquela escrita por los torturadores, la completa como los regímenes totalitarios con que Juan Méndez está acostumbrado a tratar: no nos tentamos el corazón para quitarle la piel a opositores y somos universalmente impunes.  
-0-
"...logró disfrutar plenamente de su paternidad durante 15 días. A fines de agosto, principios de septiembre, consiguió que en el internado guerrerense le dieran permiso de ir a Tlaxcala para poder visitar a su hija recién nacida. Pasamos los 15 días más felices de nuestra vida, dice su compañera Marisa Mendoza Cacahuatzin."
Así escribió Blanch Petrich en La Jornada, tras uno de sus primeros encuentros con la familia de Julio. Pedí al tío Cuitláhuac, que sirvió de figura paterna, a la propia Marisa y a Lenin, el hermano, hacer apuntes sobre el joven, porque contaban con tiempo para escarbar en la memoria y los dos primeros son maestros, el último se acerca a los niveles universitarios y podrían charlar en intimidad con Afrodita, la madre, los abuelos y el rsto de tíos. 
Incluyo sus trabajos más adelante y doy otra vez la palabra a Blanch, una periodista de larga trayectoria y sensibilidad. 
"En medio de la catástrofe humanitaria que significan 43 estudiantes víctimas de desaparición forzada, el caso de los seis asesinados, tres de ellos normalistas, tiende a diluirse en medio de la conmoción. En particular uno de ellos, el de un muchacho que murió bárbaramente torturado. Su joven viuda lamenta: Sí, Julio César está un poco olvidado, no solo por el gobierno sino en general, por la gente”.
Intenta explicar esta dolorosa invisibilización “por la manera en la que lo mataron. A la gente le aterra esa imagen. Cualquiera se aterroriza con sólo pensar que exista alguien capaz de hacer eso.
"Marisa, a sus 24 años, con su formación de maestra rural –egresada de la Normal Rural de Panotla, Tlaxcala—no rehúye esa palabra que invoca un tormento medieval, bárbaro. Ya fue capaz de reclamárselo en su cara al presidente Enrique Peña Nieto en Los Pinos, en aquella crispada reunión del 29 de octubre. Le dije que le corresponde exigir justicia para todos, incluido mi esposo. Y le exigí que no se desentendiera de Julio César, porque a él lo desollaron vivo y esa es una tortura extrema. Y un crimen contra la humanidad, ante el cual el Estado tiene una responsabilidad muy clara”.
"La joven pedagoga está decidida a que Julio no caiga en el olvido, a reivindicar su memoria y a participar en la medida de sus fuerzas en el movimiento social que empieza a articularse y tomar fuerza a partir de Ayotzinapa. Es que en las normales rurales también nos enseñan a ser parte de las luchas sociales.
"Sola, con su niña Melissa Sayuri, Marisa cubre dos turnos en primarias del Distrito Federal, nueve horas de trabajo frente a un salón de clases, porque –dice—ahora me toca resolver sola el futuro de mi hija. Por lo pronto –las lágrimas corren por su cara— le estoy haciendo un baúl de recuerdos de Julio, con los regalitos que nos dimos, con nuestras fotos, que son bastantes, con las cositas que he escrito para él, para que cuando crezca la niña pueda saber quién fue su papá, un hombre extraordinario, valiente, que lo que más deseaba era tener una familia y que la amaba muchísimo.
El joven y la familia resultan relativamente atípicos entre la comunidad de la Raúl Isidro Burgos, que reúne sobre todo a los sectores más golpeados del país nacidos en el propio Guerrero. La edad tampoco es común, pues la absoluta mayoría de los estudiantes recién ingresados, con diecisite o dieciocho años, permanecen solteros. 
Su infancia transcurrió en las áreas suburbanas del centro de nuestro país, donde hace tiempo las tradiciones indígenas desaparecieron y están influenciadas por las nuevas mentalidades. Julio, que pasó un tiempo en la ciudad de México, repetía en mayor o menor grado el comportamiento de los y las jóvenes, Marisa incluida, que las circunstancias exponen a las dudas sobre el futuro.  
Tenancingo está a una hora de Toluca y dos de ese monstruo en torno al Distrito Federal.
La propiedad de las tierras en común allí se hizo añicos desde la reforma al artículo 27 constitucional impuesta por el salinato, y que fuera de algunas zonas indígena-campesinas introdujo el individualismo, la venta de parcelas y la especulización con ellas.
Ser joven en el estado de México a partir de entonces se volvió esa suerte de caos traducido en la brutal atracción por los grandes centros urbanos y sus dudosas oportunidades, que hoy contribuye a la más alta tasa de feminicidios en el país y una de las mayores en la tierra. 
El ir y venir indeciso es el pan nuestro de cada día entre las y los muchachos mexiquenses, y Julio se sustraía parcialmente a ello por la raigambre campesina de su familia, formada por agricultores tradicionales y maestros rurales. 
En más de una ocasión tras la muerte, al Chilango se le atribuyen los peores motivos para su entrada a la normal de Ayotzinapa. Una vez dijeron que era agente del Cisen y otra, que pertenecía a la mafia Los Rojos, enemiga acérrima de Guerreros Unidos. Este último dicho prueba los extremos a los cuales puede llegarse en la estigmatización de quien es culpable de escapar a los estándares y morir en condiciones abominables.
-0-
El 26 de febrero siguiente a los hechos, la Comisión Nacional de Seguridad informa que el día 25 la Policía Federal apresó a Luis Francisco Martínez Díaz, policía municipal de Iguala, como presunto asesino de Julio César, quien desde octubre gestionaba un amparo contra “la Policía Investigadora Ministerial del Estado y Elementos de la Policía Municipal ambos de esta Ciudad” de Iguala. El procedimiento llama la atención a primera vista porque la orden la da el Juez Tercero de Distrito en Materia de Procesos Federales del estado de Tamaulipas, dentro de una “orden de aprehensión en contra de diversos exfuncionarios de ese municipio”.
El motivo del aparente incompresible embrollo entre ámbitos judiciales, es que hay una segunda causa contra Martínez Díaz: delincuencia organizada. Al pertenecer a uno de los cuerpos policiacos más corruptos del país, el tamaulipeco, y relacionarse presuntamente con dos cárteles muy cruentos, ¿se presume fácil de vincular a las pequeñas mafias en torno a Iguala y Cocula, región natal del hombre, por cierto, y capaz de cualquier exceso, redondeando quién sabe cómo, entonces, la “verdad histórica” de la PGR?
En mayo el Cereso de Veracruz, adonde fue enviado, lo deja en libertad. 


*Hasta que no indique lo contrario, las citas proceden de reportajes de Marcela Tutati, Blanch Petrich y Arturo Cano, periodistas comprometidos sin reservas en el desenmascaramiento de las mentiras oficiales. A los tres pedimos permiso para emplear sus publicaciones. La suya, como la de cuantos tomamos materiales aquí, es una colaboración solidaria con las víctimas todas de ese 26-27.
1. Los Desaparecidos, John Gibler. The California Sunday Magazine
2.