jueves, 4 de junio de 2015

El hombre

La sociedad con mínima conciencia ha hecho suyos a los 43+5 jóvenes de Ayotzinapa, que representan la terca lucha de los condenados de la tierra y los extremos a los cuales está dispuesto uno de los mayores monstruos en nuestra historia. Lo hace tratando de rescatar su memoria uno a uno y el trabajo de Tryno Maldonado es quizá la mejor muestra, pasando meses en la Raúl Isidro Burgos para que los números y las fotografías se transformen en historias personales.
El tiempo impide que lo imite en este libro. No importa: lo hacen quienes mejor conocieron a Julio. Antes de darles la palabra, van los trazos que el propio Tryno rescató sobre el joven y los de Blanch Petrich y Diana del Ángel al acercarse a la familia y a él. Un breve apunte.
Los Mondragón Fontes resultan relativamente atípicos entre la comunidad de Ayotzinapa, que reúne sobre todo a los sectores más golpeados del país nacidos en el propio Guerrero. La edad tampoco es común, pues la absoluta mayoría de los estudiantes recién ingresados tienen diecisiete o dieciocho años y permanecen solteros. 
La infancia de Julio transcurrió en las áreas suburbanas del centro de nuestro país, donde hace tiempo las tradiciones indígenas desaparecieron y están influenciadas por las nuevas mentalidades. Pasó un tiempo en la ciudad de México y repetía en mayor o menor grado el comportamiento de los y las jóvenes, incluida Marisa, su mujer, que las circunstancias exponen a las dudas sobre el futuro. 
Tenancingo está a una hora de Toluca y dos de ese monstruo en torno al Distrito Federal.
La propiedad de las tierras en común allí se hizo añicos desde la reforma al artículo 27 constitucional impuesta por el salinato, y que fuera de algunas zonas indígena-campesinas introdujo el individualismo, la venta de parcelas y la especulización con ellas.
Ser joven en el estado de México a partir de entonces se volvió esa suerte de caos traducido en la brutal atracción por los grandes centros urbanos y sus dudosas oportunidades, que hoy contribuye a la más alta tasa de feminicidios en el país y una de las mayores en la tierra. 
El ir y venir indeciso es el pan nuestro de cada día entre las y los muchachos mexiquenses, y Julio se sustraía parcialmente a ello por la raigambre campesina de su familia, formada por agricultores tradicionales y maestros rurales. 
En más de una ocasión tras la muerte, al Chilango se le atribuyen los peores motivos para su entrada a la normal de Ayotzinapa. Una vez dijeron que era agente del Cisen y otra, que pertenecía a la mafia Los Rojos, enemiga acérrima de Guerreros Unidos. Este último dicho prueba los extremos a los cuales puede llegarse en la estigmatización de quien es culpable de escapar a los estándares y morir en condiciones abominables.
Ahora sí, habla Tryno:
“Para Levinás, la relación entre los seres humanos ocurre a través del rostro del otro: una construcción, una máscara. La expresión se desvanece.  Pero no sucede así con los rostros de los desaparecidos.  Los rostros de los desaparecidos son un vacío en la realidad. Un duelo suspendido que jamás llega y se vuelve intolerable.
Cunado la sección G se dividió en grupos durante el primer y único día de clases -26 de septiembre del año pasado- la mayoría de los estudiantes postuló a Julio César Mondragón, El Chilango como jefe de grupo. Hubo votación.  Se escucharon afirmaciones e incluso aplausos en el salón de clases.  Sin embargo Julio César declinó el cargo.  Se pudo de pie y las cabezas rapadas de los muchachos se alzaron para mirarlo desde sus 1.70 metros de estatura.  Julio César, serio e introvertido como era, pero visiblemente conmovido por el gesto de sus compañeros, empleó las palabras más sinceras que pudo encontrar: les dijo que no era buena idea. “Ustedes saben, paisas, que a los chilangos no nos quieren por acá. Lo mejor es que alguien más se haga cargo del grupo”.  El Verde y el resto de sus compañeros lo miraron sin parpadear y enseguida intercambiaron miradas entre ellos. Hubo un silencio nervioso y enseguida un cichicheo.
“La decisión de Julio César obedecía a su experiencia como normalista durante dos años en la normal rural de Tenería, en el Estado de México, a escasos cinco kilómetros de su casa.  Sabía que las responsabilidades que ser jefe de grupo le iba a acarrear, cuando lo más que le preocupaba era su hija Melisa, recién nacida.  Ella fue el motivo de su ingreso en la normal de Ayotzinapa.  Si asumía el cargo de jefe de grupo, era muy probable que Julio César tuviera que pedir permiso para ir a visitar a su hija y a su esposa, Marisa, de 24 años, como sí había hecho durante la semana de guardia.  Así que El Chiquis, otro compañero de grupo, tomó su lugar.
“Muchas veces, durante los tiempos libres, El Verde y otros compañeros veían a Julio César pasar horas concentrado en una libreta. No era de los que ponían música a alto volumen en su celular, sino que se colocaba los audífonos y se desconectaba por horas sin molestar a nadie. Era de los pocos de la normal que no oía banda, prefería el hip hop. A Julio César le gustaba también hacer dibujos con una pluma a todas horas.
“En una ocasión, El Haus -un alumno de primer grado de un dormitorio vecino a donde Julio César solía irse a tomar una siesta, por las tardes, cuando el suyo estaba lleno-, entró sin hacer ruido y lo descubrió dormido y con una libreta de dibujos abierta sobre su pecho. A lo que Julio César dedicaba tanto tiempo en los ratos libres-tal como supo El Haus ese día-, era a esbozar rostros. No eran retratos en forma, sino rostros bien trazados pero apenas esbozados. Ojos, labios, bocas… casi siempre de mujeres. La mayor parte de esos rostros estaban incompletos. Frases sueltas. Incluso cartas. Dibujos y escritos hechos hasta en las noches de círculos de estudio.
“Durante las noches, El Chilango solía oír música en su celular antes de dormir. Cártel de Santa sobre todo. Pero también Dharius. Cuando otro estudiante, llamado Chessman -acostado en en una colchoneta contigua sobre el mismo piso frío y también fan del hip hop-, escuchaba las primeras notas de Qué buen fiestón, una de las favoritas de El Chilango en esa época, él sonreía, de despejaba de la modorra y comenzaba a tararearla también. Primero por lo bajo y, al final, a coro y en voz alta con el resto de los siete muchachos hijos de campesinos, extenuados por la dura semana de prueba, sus cuerpos apretados unos contra otros en el minúsculo dormitorio de tres por tres, molidos por el cansancio, pero unidos y felices como uno solo en la noche, cantando a una voz.
“Qué buen ambiente se siente/ Cuando estoy con mi gente/ Pisteado, olvidando todas las penas de la vida/ Brindando por las cosas chidas/ ¡Qué buen fiestón!/ Ando prendido machín/ Ando prendido machín/ ¡Qué buen fiestón!
#Sólo entonces El Chilango sonreía por unos minutos y así con una sonrisa, era que se quedaba dormido.
“Haus no puede evitar traer ahora a la mente el hallazgo de la pequeña libreta de dibujo y el recuerdo del rostro de unos de sus mejores amigos en la normal…”
Hasta aquí Tryno. Blanche Petrich:
“Han pasado ya muchos días del Día de Muertos, pero en la casita campestre que se levanta al final de un callejón, en el pueblo de Tecomatlán, al pie del cerro del Calvario pegado a Tenancingo, todavía ´se recibe cera´. Según la costumbre local a los difuntos recientes se les expresa afecto llevándoles cirios. Es el hogar de Afrodita Mondragón Fontes, la madre de Julio César.
“Las fotografías iluminadas por las llamas de las velas, las flores, las mandarinas y las calabazas, muestran al joven apuesto que fue, con su rostro fino, bien parecido, los ojos vivaces de la juventud, un corte de cabello moreno. El rostro que le robaron.
“A un costado y detrás de la ofrenda se apilan montañas de cirios. El pueblo está tan conmocionado por la noticia de su muerte, bajo brutales torturas, que nadie ha dejado de pasar a rendirle tributo a su manera. Todos participan del duelo.
“Una cortina de tela separa el salón de lo que fue la recámara de Julio mientras fue soltero, un pequeño espacio juvenil con una cama, una bici recargada en la pared, un plástico con fotografías de su entonces novia Marisa, corazones marcados con un te amo y un librero con algunos libros: El lobo Estepario de Hermann Hesse, México Profundo de Guillermo Bonfil Batalla, El Valor de Educar de Savater.
“A pesar de los bandazos propios de la adolescencia, Julio siempre tuvo claro que quería ser profesor, como casi todos sus tíos, tías y primos. Ingresó a la Normal Rural de Tenería, la de Tenancingo, una escuela que como Ayotzinapa, se resiste a ser desmantelada. Pero a medio año murió su abuela, Guillermina, su mayor referente.
Se deprimió. Faltó mucho a clases y al final le dieron de baja, perdió su beca, recuerda Raúl Mondragón Chávez, el abuelo.
“No hay padre biológico de Julio César en su círculo familiar. Él y un hermano menor, que viven con su madre, fueron criados en un entorno de familia ampliada: abuelos, tíos, primos.
“El abuelo Raúl pasa el día en su silla, leyendo el periódico –La Jornada, invariablemente– y a veces parece olvidar que Julio César ya no está, que en cualquier momento va a entrar a la casa, a tomar un pan de la larga mesa del comedor. Sigue relatando los años de búsqueda del joven, cuando se fue al D.F., ingresó a la Benemérita Escuela Nacional de Maestros. Pero no le gustó la ciudad, él era del campo, de aquí.
“Sale al patio y regresa con la constancia del amor de Julio al terruño: un joven nogal, todavía en maceta, que él mismo sembró y cuidó. Pronto estará listo para el trasplante, en un rincón del huerto de aguacates de la familia. Dentro de diez años estaremos comiendo las nueces de Julio, dice nostálgico.
“Luego de su breve paso por el DF, volvió al pueblo a estudiar al Tecnológico de Estudios Superiores de Villa Guerrero. Su mamá insistía y pagó la inscripción. Pero no duró mucho. Ahí van puros burgueses, decía.
“La Mondragón Fontes es una familia de ideas progresistas. El abuelo, la mamá, un tío y su hermano menor son chicharroneros, oficio aprendido de un viejo pariente de Mexicaltzingo. “Hacer chicharrón en un pueblo de panaderos ¿se imagina?”, ríe don Raúl. Y los maestros de la familia participan en las luchas magisteriales. Como Julio tenía muy clara su vocación, ser maestro rural, probó inscribirse en Tiripetío, Michoacán, pero no pasó el examen.
Luego probó en la ´Isidro Burgos´ Ayotzinapa, Guerrero. Y lo aceptaron. Al fin había logrado su cometido. El 30 de julio había nacido su niña. Las piezas empezaban a acomodarse en el rompecabezas de su vida.
Una fiesta, un encuentro
Entre los normalistas rurales, la Escuela ´Lázaro Cárdenas´ de Tenería –varonil– es famosa por sus fiestas de aniversario. Y la ´Benito Juárez´ de Panotla –femenil– es famosa por sus grupos de baile regional. De modo que hace dos años Tenería invitó a las chicas tlaxcaltecas de Panotla a participar en los festejos. Ellas prepararon bailables de Durango. Así fue como Marisa conoció a Julio.
“El feisbuk, moderno cupido, hizo el resto. Con los meses se hicieron novios y poco tiempo después, pareja.
“Cuando nació la niña, el 30 de julio, Marisa ya se había graduado. Ese mismo día a Julio le notificaron que era aceptado en Ayotzinapa y que tenía que presentarse de inmediato. Apenas unos minutos para besar a su mujer y a su hija y partir hacia Guerrero.
“La noche de la barbarie en Iguala, 26 de septiembre, Julio le llamó a Marisa desde un celular prestado, pues había perdido el suyo. Eran las 21.42 pm. Le dijo que los estaban baleando. Por eso sabemos que no cayó en el primer ataque sino en el segundo, afirma uno de sus tíos.
“En casa de los Mondragón, en Tenancingo, las horas siguientes fueron frenéticas. Cualquier versión que diera por vivo a Julio César era atesorada por la familia; cualquier posibilidad de certeza era puesta en duda. Hasta que el hermano pequeño de Julio llamó aparte al tío mayor. Mire tío, le enseñó la pantalla de su teléfono. Era la horrible fotografía del muchacho desollado. Espérate, no es seguro que sea él.
“El joven lloraba a lágrima viva: No tío, es su bufanda, es su playera. Y mírele las manos. Julio tenía dos pequeñas cicatrices de quemaduras en una mano. Entonces el tío le volvió a marcar a la esposa de Julio. Marisa ¿cómo le decían a Julio en la escuela? La respuesta le mató las esperanzas: El Chilango. Así decían las redes sociales que se llamaba la víctima.”
“Julio César (…) logró disfrutar plenamente de su paternidad durante 15 días. A fines de agosto, principios de septiembre, consiguió que en el internado guerrerense le dieran permiso de ir a Tlaxcala para poder visitar a su hija recién nacida. Pasamos los 15 días más felices de nuestra vida, dice su compañera Marisa Mendoza Cacahuatzin (…)
“En medio de la catástrofe humanitaria que significan 43 estudiantes víctimas de desaparición forzada, el caso de los seis asesinados, tres de ellos normalistas, tiende a diluirse en medio de la conmoción. En particular uno de ellos, el de un muchacho que murió bárbaramente torturado. Su joven viuda lamenta: “Sí, Julio César está un poco olvidado, no solo por el gobierno sino en general, por la gente”.
“Intenta explicar esta dolorosa invisibilización por la manera en la que lo mataron. A la gente le aterra esa imagen. Cualquiera se aterroriza con sólo pensar que exista alguien capaz de hacer eso.
“Marisa, a sus 24 años, con su formación de maestra rural –egresada de la Normal Rural de Panotla, Tlaxcala— no rehúye esa palabra que invoca un tormento medieval, bárbaro. Ya fue capaz de reclamárselo en su cara al presidente Enrique Peña Nieto en Los Pinos, en aquella crispada reunión del 29 de octubre. Le dije que le corresponde exigir justicia para todos, incluido mi esposo. Y le exigí que no se desentendiera de Julio César, porque a él lo desollaron vivo y esa es una tortura extrema. Y un crimen contra la humanidad, ante el cual el Estado tiene una responsabilidad muy clara.
“La joven pedagoga está decidida a que Julio no caiga en el olvido, a reivindicar su memoria y a participar en la medida de sus fuerzas en el movimiento social que empieza a articularse y tomar fuerza a partir de Ayotzinapa. “Es que en las normales rurales también nos enseñan a ser parte de las luchas sociales.
“Sola, con su niña Melissa Sayuri, Marisa cubre dos turnos en primarias del Distrito Federal, nueve horas de trabajo frente a un salón de clases, porque –dice—“ahora me toca resolver sola el futuro de mi hija”. Por lo pronto –las lágrimas corren por su cara— le estoy haciendo un baúl de recuerdos de Julio, con los regalitos que nos dimos, con nuestras fotos, que son bastantes, con las cositas que he escrito para él, para que cuando crezca la niña pueda saber quién fue su papá, un hombre extraordinario, valiente, que lo que más deseaba era tener una familia y que la amaba muchísimo."
Marisa es fiel a su compromiso y para el día del cumpleaños de Julio le prepara esto:


HOY ES MI CUMPLEAÑOS… Y EN LUGAR DE ESCUCHAR FELICITACIONES ESCUCHO EXCLAMACIONES DE ¡JUSTICIA!

IN MEMORIAM JULIO CÉSAR MONDRAGÓN FONTES
(4 DE JUNIO DE 1992 -26 DE SEPTIEMBRE DE 2014)
POR MARISA MENDOZA CAHUANTZI
“EL ENJUAGARÁ TODA LAGRIMA DE SUS OJOS Y YA NO HABRÁ MUERTE,
NI HABRÁ MÁS DUELO, NI CLAMOR, NI DOLOR, PORQUE LAS PRIMERAS COSAS HAN PASADO”
APOCALIPSIS 21:4
Hoy no es un día cualquiera porque hoy puedo ver las maravillas que hay en la eternidad, junto a nuestro señor, nuestro Dios; ahora comienzo a escribir unas cuantas líneas como solía hacerlo en cualquier día, a cualquier hora y cualquier lugar.
Solo quiero decirles que hoy no es un día cualquiera: es mi cumpleaños, sé que habrá festejo, mi familia estará reunida para celebrar. Ya puedo ver a mi madre cocinando mi comida favorita y el delicioso pastel que siempre me preparaba cada que iba a visitarla. Veo a mi esposita adornando la casa para sorprenderme como siempre acostumbraba hacerlo.
Si me preguntara Dios cómo me siento, le diría que Feliz, porque es el primer cumpleaños que paso con mi ratita hermosa, mi hija Melisa, ansío ver su carita, sus ojitos, sus brazos estirados para felicitarme y escucharla decirme Papá. En este día quiero agradecerte Dios Padre, porque es el día más especial e importante: mi familia estará reunida celebrando la vida, mi vida, la vida de Julio, la vida de un padre enamorado de su esposa.
Pero… algo está pasando y no entiendo, no hay nada de adornos, ni comida, no recibo abrazos de las personas que tanto esperaba; al contrario, veo con tristeza, coraje y desaliento en mi familia y en lugar de escuchar felicitaciones escucho exclamaciones de ¡JUSTICIA! ¡JUSTICIA!
Y ahora recuerdo…
Ya no estoy con ellos, ya no podré celebrar, no estaré ni con mi madre, ni con mi esposa, ni con mi hija, ni con mis hermanos, ni con mis amigos, en fin con nadie y me pregunto ¿Por qué? ¿Por qué me arrebataron la vida? ¿Por qué no me permitieron llegar a la meta y ser un maestro Rural? ¿Por qué no me dejaron ver crecer a mi hija, mi Melisa? ¿Por qué no me dejaron progresar junto a mi pequeña familia?
No me resigno a no estar, a no disfrutar de la compañía de mi hija, mi esposa, mi madre y toda mi familia. Me siento impotente porque no solo desapareció mi cuerpo, me arrebataron mis ilusiones, mis sueños, mis esperanzas e ideales y todavía pregunto ¿Por qué a mí? ¿Por qué a nosotros? Si me faltaba tanto por hacer en este mundo, en esta vida.
Si lo único que quería hacer era superarme, quería servir a los que como yo no teníamos tantas oportunidades, quería sobresalir, compartir con mi esposa esa profesión que tantas satisfacciones deja; también quería construir un futuro juntos. El ser maestro era mi ilusión más grande, el deseo ferviente de escuchar de la voz, de esas voces inocentes y sinceras, que sólo un niño puede decir “maestro” y sobre todo de escuchar de mi hija decirme con tanto amor “papá” y ya nunca podré jugar con ella.
Tampoco la veré crecer, no guiaré sus pasos; quisiera gritar, exigir justicia ante mi muerte aunque sé que no me escuchan, pero sí puedo imaginar a mi familia sufriendo, a ti Marisa derramar muchas lágrimas, quizás esas lágrimas sean amargas en tu vida porque sé cuánto me amas al igual que yo a ustedes y no sabes cuánto deseo estar contigo y con nuestra ratita hermosa.
Pero de lo que si estoy seguro es que tu dolor, bebé, será también tu fortaleza y coraje para no dejar mi muerte impune. También te pido que luches, que no claudiques, que no pares, que nadie ni nada te detenga para que se me haga justicia.
Porque juntos, yo a tu lado aunque no me veas en cuerpo, lucharemos, porque mi muerte no haya sido en vano, que sea un testimonio de la impunidad en la que está sumido nuestro país. Por favor, mi amor, no desistas; lucha, persiste hasta el final, que nuestra hija sepa que sus padres son unos guerreros y nunca se dieron por vencidos.
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Bueno, ahora sé que tú me recordarás toda la vida y que le platicarás a nuestra hija lo mucho que nos amamos, lo felices que éramos cuando sabíamos de su existencia y cómo el día que nació todo fue tan especial que se guardará en mi mente y mi corazón. Por favor, dile a Melisa que su papi la quiso mucho, cuídala, dale amor como yo quería darle a chorros, dile que la amas como yo alguna vez te dije “te amo”, corresponde a sus preguntas y dile que por siempre yo la cuidaré desde el cielo y muéstrale todas la fotos que nos tomamos cuando estábamos llenos de amor.


Por último, quiero decirte que a donde yo vaya tú y la bebé también irán, me las llevaré por siempre en mi corazón Escucha la palabra de Dios, te invito, y allí encontrarás asilo para todo miedo y fuerza para tu debilidad, pase lo que pase aprieta el paso no agaches la mirada para que tus lindas lágrimas no caigan; te amaré eternamente, solo piénsame encomiéndate a Dios y ahí estaremos presentes en el mismo pensamiento.

Diana del Ángel escribió un poema y una crónica sobre Julio César:
rostro
In memoriam Julio César Mondragón 
Sé que mis palabras incomodan. Nací un día de todos: 4 de junio del 92. Tenía muchos sueños, propósitos y anhelos, pero el tiempo no me alcanzó. Mi último pensamiento fue  para mi familia, el dolor fue insoportable, lloré hasta el delirio. Sólo soñaba con ser un luchador de esos que combaten la ignorancia. Me desollaron vivo.

La luz de la mañana dio en tu hueso puro

para decirnos con esa dolorosa  blancura
el fraude en que vivimos, para que el asco llegara a nuestras bocas
antes que la palabra impunidad,
para que supiéramos la burla de nuestras libertades,
para que nuestros ojos acostumbrados a la muerte,
recordaran lo que es llorar, para hacernos más humanos.

Piensan que al asesinar borran toda huella, pero lo único que logran es contradecirse y ganar más desconfianza. Mi vida fue difícil, pero feliz, este año aquí encontré mi destino. ¿Que cómo fueron los hechos? Me robaron la cara, pero no mi esencia; físicamente me mataron pero no mis ideas.


Malditos los dedos que desnudaron tu calavera, malditos

los ojos que te miraron sin ojos, malditos
los que pensaron que al asesinarte borrarían tus huellas,
malditos los corazones que laten impunemente, maldita
la voz que pide resignación.
Tu rostro esa mañana fue
la radiografía de nuestro país despedazado
Y pensar que fuiste de Tenería a Villaguerrero,
de Tiripetío a Ayotzinapa,
de Iguala a tu muerte;
y pensar que pudiste irte y no quisiste
que volviste con los tuyos, siempre los de abajo,
volviste como Zapata, como Lucio,
volviste para escupirle en la cara al miedo,
volviste para decirnos que la vida
se defiende con la vida misma,
volviste con tu muerte a llenar de sentido las palabras
amor y amistad
volviste ayer, mañana y siempre
en los rostros que te lloran
en los pasos que caminan incansables hacia el zócalo de la justicia
volviste por amor a la vida y por amor te lloramos tanto

Soy enemigo de la explotación; los caídos tenemos derecho a ser escuchados. Los maestros tenemos la misión de enseñar a elegir a los gobernantes. No me olvides compa…


Y nos dejaste de tarea, maestro,

florecer en plena noche
llenar con nuestras vidas las palabras que hoy dan risa
democracia, libertad, justicia
nos dejaste el encargo de ponerle un rostro a este país despedazado.
Y no vamos a perder,
te lo digo con la sangre de mi gente hirviendo rabia,
porque estas lágrimas harán florecer desiertos,
porque nos diste una lección de vida entera
porque más que la rabia oceánica
nos llena la esperanza hierba inagotable
de un sexto sol  para nosotros,

que tú fuiste el primero en alumbrar.

Julio César Mondragón, una luz para nosotros
Diana del Ángel
Una cruz de claveles blancos y el retrato de Julio César marcan el eje imaginario que divide en dos su ofrenda este dos de noviembre. El altar está en medio del cuarto, las puertas están abiertas de par en par. En Tenancingo, Estado de México —se nos explica—la tradición es llevar a los muertos del año cera nueva;  desde temprano los pobladores llevan entre sus manos gruesos cirios blancos para alumbrar el duelo por la muerte del joven normalista. Pero —nos aclara uno de sus tíos— antes de estar en la Normal de Ayotzinapa, Julio aguantó los propedéuticos de las normales de Tenería, muy cerca de la casa donde creció, y de Tiripetio, en Michoacán. Su anhelo por formarse como maestro lo llevó hasta Iguala, Guerrero. ¿Por qué alguien, teniendo otras oportunidades, se empeñaría tanto en aprender una profesión mal pagada y demeritada por el discurso oficial en los últimos años? Nos responden sus dos tíos normalistas que nos cuentan con esperanza y valentía sus andanzas como estudiantes y maestros rurales.
Las veladoras encendidas alumbran la fruta y los panes flanqueados por los dos pilares de rosas y alhelíes que limitan el altar.  En el armonioso acomodo de una flor detrás de otra se advierte el amor de su viuda, de su madre, de su hermano; en el matiz amarillo y rosa, el dolor. Le lloró mucha gente —nos dicen— muchos vinieron a su velorio, muchos rezaron en sus rosarios, muchos son los que ahora ofrecen su cera nueva y se quedan un ratito frente a la ofrenda, lo suficiente para intercambiar unas palabras y recibir —como es la costumbre en Tenancingo— unas galletas y un trago mosquito, licor de frutas hecho en la región. La gente de los pueblos es muy solidaria —nos dicen— y Julio tenía algo: como que sabía dar consejos, quería enseñar a los niños. Aquí estuvo gente de verdad cabrona —escuchamos­—  llorando porque no creían que Julio hubiera salido huyendo, porque él nunca daba la espalda a los otros.
Nuestra presencia fue esa tarde el pretexto para traer a Julio con palabras, con íntimos recuerdos. No sé bien con qué agradecer a esta familia que en pleno duelo nos ha abierto las puertas de su casa, nos ha dado de comer a manos llenas, nos ha contado sus historias, nos ha dado sus risas esa tarde. Es impagable el gesto silencioso con que su madre nos dio cinco corazones de galleta, para decirnos todo lo que nunca podrá escribirse sobre la pérdida de un hijo. Ni una vez estreché la mano de Julio César, pero esa tarde supe que era valiente por la resistencia de su herencia normalista; supe que amaba por la presencia de su niña y, por la ofrenda en medio del cuarto, supe de su generosidad hasta la muerte. Humanamente supe que no éramos tan distintos. Su ausencia fue la razón de nuestro viaje, de nuestros pasos en las calles, de la sucesión de estas palabras. Busco dar un sentido a la ausencia de su rostro, una luz que venga de la cera nueva ofrendada.  



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